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El Arma Más Terrible y Hermosa

En una cama de un hospital yacía un anciano. A su alrededor estaban sus dos hijos, mirando que estuviera bien, a ratos pasaba una enfermera a chequear su salud.
Ahora, ¿Quién era este anciano?, era Enrique. Enrique vivió toda su vida en una cabaña que le dejaron sus papás. Ahí Alberto, su hijo mayor, y Antonio, su hijo menor, se criaron. Corrieron por los enormes campos que había alrededor de donde estaba la cabaña, y sin darse cuenta, desde la casa los observan siempre sus padres, Enrique y María, que sentados en las sillas de la sala y por la ventana que esta tenía, que por cierto, era la más grande de la cabaña, se encargaban de disfrutar de toda esa alegría y asimilarla como propia.
Alberto y Antonio tenían una buena relación, pero debido a sus 6 años de diferencia, cuando Antonio quería jugar carros ya Alberto estudiaba leyes. Alberto era un hombre tan serio y reservado a los 18, que nunca alguien que lo conociera se lo hubiera imaginado jugando carros como un niño pequeño junto a su hermano. Así cuando Alberto estaba acabando la universidad entró Antonio a estudiar arte. Alberto lo juzgaba mucho por su carrera decía que eso no le daría para vivir. Sus padres no veían que eso fuera un problema y por respeto a la seriedad y de severidad de Alberto nunca respondían a esos comentarios. A ellos no les importaba cual fuese la decisión de Antonio, con tal, de verlo feliz.
Así pasó el tiempo y Alberto entró a una firma de abogados donde conoció a una linda muchacha que se llamaba María igual que su mamá. Pasó el tiempo Alberto se casó y se fue de la casa. El día que Alberto se fue de la casa se formó un agujero en el corazón de su madre María, un agujero que solo su hijo podría volver a llenar, a diferencia de ella, su padre Enrique era un hombre tranquilo que aceptaba que ese era el curso de la vida y que siempre que sus hijos estuvieran felices y bien, donde quiera que estuviesen, él también lo estaría.
Antonio recién acababa el Colegio así que seguía viviendo con sus padres, al menos mientras aprobaba todos los trámites para empezar a estudiar arte en Francia. Así él se volvió su consentido y le daban gusto en todo como si hubiese vuelto a ser un pequeño niño. Su madre en especial se volvió muy cercana a él, y siendo Antonio un joven sensible y colaborador acompañaba a su mamá en todo. Sin embargo, el sueño de Antonio era irse a estudiar a Francia y pasado un año ya tenía todo resuelto para hacerlo.
Antonio le avisó a su mamá un mes antes de irse y una vez llegado el día, su mamá le tejió una hermosa cobija azul y se la regaló pidiéndole que la recordará. María y Enrique lo llevaron al Aeropuerto, María estaba algo callada y lucía como si hubiera llorado mucho. A penas Antonio se despidió para pasar a la sala de abordaje su mamá se quebró en llanto.
Aún la gente recuerda esa mamá desconsolada llorando en los hombros de su esposo como pidiéndole una explicación al cielo por alejarla de su adoración, ella se sentía que estaba perdiendo una de las cosas más hermosas de su vida y no había nada que pudiera hacer para impedirlo, o bueno, si podía hacer algo sabía que cualquier opción hubiera sido inapropiada.
Al año que Antonio no estaba María cayó en una depresión profunda, Antonio hacía lo posible por comunicarse todos los días. Sin embargo, eso no lograba mantener a María tranquila, pensaba en sus hijitos y lo que estaban atravesando solos, la inquietaba que algo llegara a faltarles a pesar que ellos siempre le manifestaban que estaban bien. Enrique la veía muy triste y hacia lo posible por mantenerse bien y ayudarla, a veces la veía tan mal que necesitaba salir de la casa para tranquilizarse. Luego volvía con un ramo de rosas y le decía a maría: ¡hoy vamos a salir de aquí!, al instante agarraba el abrigo de María y se la llevaba a dar un paseo por la ciudad. La invitaba a su restaurante favorito a comer ajiaco o lo que ella quisiera, se la llevaba a ver una película, la más romántica que hubiese, una vez adentro, la consentía y le daba besitos en la frente, poco a poco se veía como el amor sanaba lo mismo que había destrozado.
A los dos siempre se les veía muy felices juntos, de vez en cuando se les veía caminar por las calles cogidos de gancho hablando y sonriendo de las buenas historias y de los buenos recuerdos juntos. Un día María estaba muy triste, Enrique se fue a dormir y no se dio cuenta que su esposa no dormía. María se había quedado despierta escribiendo en su Diario en la fecha del 23 de marzo: “Esta noche no logró dormir, no encuentro un motivo, todas estas preocupaciones de estar sin mis hijos me agobian, siento que he perdido una parte de la vida y por más que siento un cansancio infinito, no logro conseguir el sueño. He estado pensando respecto a la muerte, aunque soy muy feliz con Enrique no puedo sobrellevar esto y me temo que no sé qué ocurrirá conmigo. Aunque no pienso en el suicidio, porque no dejaría tal pena en el corazón de mi esposo, ya siento el peso de los años y temo que algún día podría no despertar, así que decidí dejar algo en el cofre de Enrique, ahora que he escrito esto siento mucho sueño y descansaré”.
Enrique al levantarse, encontró a María en un sueño profundo y al ver que no se despertaba la cogió en sus brazos recostándola en sus piernas, acercó su rostro al de él y se dio cuenta que no respiraba, así que agarrándola muy fuerte empezó a llorar. Enrique estaba inconsolable, llamó para que la recogieran y mientras llamaba vio el libro abierto, leyó la página y en su momento no le dio mucha importancia. Ese día llamó a sus hijos para avisarle Antonio quedó destrozado y se fue en el primer vuelo, Alberto por su lado lamentó los años que no la visitó y no fue a verla, y a penas reaccionó, organizó todo el entierro.
Enrique pasó sus años solo, siempre que lo visitaban sus hijos parecía todo estar bien, pero la soledad pasa su cuenta de cobro y la pérdida de un ser amado deja un enorme vacío. Un vacío que aunque hiciera lo que pudiese no se llenaría fácilmente. Enrique sentía que se podía ir en cualquier momento y daría igual, ya no tenía nada que hacer, porque todos sus sueños necesitaban a María para cumplirse. Sin embargo, no se amargaba, salía e iba a jugar ajedrez, a visitar unos cuantos amigos y a su familia. Aún así, años después. Ahora volviendo donde empezamos, a los 80 años Enrique yacía en una cama de hospital, rodeado de sus hijos, la vida ahora parecía el hilo más frágil y delgado hecho algún día.
Luego del padecimiento de María, era Enrique el que ahora parecía estar cercano a la muerte, aquel ataque cardiaco, a pesar de parecer él un hombre fuerte lo mandó al hospital, donde su hijo menor, que llegaba de Francia para visitarlo, al no encontrarlo en la cabaña un vecino le dijo que se lo habían llevado al hospital por un ataque cardiaco que tuvo mientras iba de compras al supermercado. Así se fue corriendo al hospital que quedaba bastante cerca. Entró a verlo, cogió su mano la besó, mientras su padre seguía inconsciente, al cabo de una hora llegó Alberto.
Enrique, que apenas se levantaba, lucía tranquilo y contento al ver a sus hijos. Pero por algún motivo cada vez que se quedaba dormido, se quejaba y lloraba, se notaba que tenía unas pesadillas terribles. Sus hijos que se quedaban con el día y noche, le preguntaban sobre lo que soñaba y siempre que le preguntaban el ágilmente cambiaba el tema, luego seguía riéndose, igual de tranquilo y alegre que siempre. Una noche mientras dormía, empezó a llorar y a gritar de una manera terrible, su hijo Alberto lo despertó y el inconscientemente dijo en voz alta: No sé, no sé por qué, pero no logro alcanzarlo. El viejo parecía inconsolable, Alberto intento sacarle más información viendo frustrado su intento, él le decía que solo era un sueño que no se preocupara, Alberto le decía que ningún sueño podía ser tan terrible.
Luego de esa noche el anciano empezó a privarse del sueño y no recibía nada de comida. Día a día se puso peor, y aunque sus hijos le insistieran para que comiera, no hacía caso y no le recibía comida a nadie, la enfermera pasaba a saludarlo gentilmente y le ofrecía la comida diciéndole que le haría mucho bien, que eso lo recuperaría muy pronto, él no recibía, como quien dice aquí moriré. Por ese motivo la enfermera tuvo que ponerle suero ya que su cuerpo luego de días sin comer necesitaba algo para mantenerse vivo al menos.
Un día el anciano casi moribundo se levantó de su sueño miró a Antonio que estaba profundo en el sofá de la habitación, lo llamó, él se levantó, se acercó a la cama y su padre casi susurrándole por la falta de fuerza le pidió que fuera a la cabaña, entrara en su cuarto y buscará un cofre que estaba encima del armario. El joven siguiendo las instrucciones de su padre fue a la cabaña lo más rápido que pudo entró en el cuarto de su papá, vio la foto de su mamá y su padre, se sentó en la cama y dejó caer algunas lágrimas, cuando miró por encima del armario y recordó porque estaba ahí. Cogió el cofre y salió corriendo para el hospital. Llegó al hospital corriendo, entró en el cuarto de su padre y a penas el anciano vio a su hijo con el cofre sintió mucho alivio, se le veía infinitamente feliz, lucía como si nunca hubiera estado enfermo. Antonio le entregó el cofre, mientras tanto Alberto que había llegado hace un tiempo se encontraba sentado en el mismo sillón en la orilla del cuarto en el que Antonio estaba dormido antes que su padre lo despertara y parecía completamente sorprendido por la situación. Él solo observaba todo con asombro e incertidumbre.
El cofre tenía un candado, así que el viejo le pidió a Alberto que le pasara la chaqueta que estaba en una mesa al lado de donde él estaba, cuando su papá le dijo eso, él despertó del trance que le había provocado la situación de no saber qué sucedía, así que cogió la chaqueta con asombro y se la entregó.
El viejito buscó su billetera y en un bolsillo que nadie había visto, sacó una llave, abrió el candado, cuando lo abrió el cofre contenía fotos de sus hijos de pequeños, sus huellas de bebés, una foto junto a María, otra junto a sus amigos de fútbol, y al fondo había una carta que tenía escrito en letra grande “Para el día que decidas acompañarme”, la carta estaba sellada completamente, el viejo la abrió, no podía ver bien lo que la carta decía, así que se la dio a Antonio y le pidió que la leyera en voz alta. Antonio empezó a leer: “Si estás leyendo esta carta es porque por algún motivo has decidido que ya la vida no tiene más que darte, ni tú a ella. Esto lo escribí antes de morir, sabía que algún día iba a pasar y por eso es mejor que sepas que nunca tuve miedo de morir. Te amé lo más que pude y juntos les dimos a nuestros hijos lo mejor. Hoy te decides a dejarlos y no debes temer, siempre vas a estar con ellos, en su corazón, y ellos siempre sabrán que diría papá y tomarán las mejores decisiones. Tu cuerpo ya no da más, sí lo sé, el título de la carta hace saber que es solo para un caso extremo. Y quiero que sepas que desde donde esté, te estaré esperando, estaré soñando con tus besos hasta el día que me vengas a acompañar, para que juntos veamos a nuestros hijos vivir y escribir en la realidad sus propias historias para ser contadas. Dale un beso a nuestros hijos y ven conmigo”.
El joven terminó de leer con dificultad porque no sabía cómo aguantar las lágrimas y seguir leyendo, sin que su papá notara su dolor. El viejo lo miró y había una furtiva lágrima cayendo en su mejilla, como escapándose después de tanto intentar no llorar. Mientras tanto, su hermano que veía todo de pie cayó como desmayado en el sofá, se veía como aguantaba las ganas de llorar. Ambos estaban en choc, era como si su mamá hubiera vuelto para hablarle a los tres y decirles lo que debían hacer. Enrique se acercó a Antonio, le secó las lágrimas, y sacando fuerzas de donde ya no le quedaban les dijo: Ya escucharon a su mamá. Enseguida besó la frente de ambos y cayó en un sueño profundo, al minuto ya no latía su corazón, la enfermera llegó, llamó a un médico y trataron de reanimarlo, pero no funcionó, el viejo ya no respondía. Sus hijos estaban llorando encima de su cuerpo y en casi un microsegundo en que Antonio se calmó logró darse cuenta que su padre aún así muerto lucía más alegre y vivo que nunca.
Y así fue como el amor se convirtió en el arma más terrible y hermosa.
Radav10 de abril de 2016

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