Amor Lunar
29 de julio de 2014
por rama23
Era una noche calma, en plena primavera, y los árboles, bailaban al ritmo del viento, acompañando su suspiro, con movimientos coordinados y pausados, como si estuviese ensayado. Resultaba realmente placentero para la vista, enfocar mi atención en ciertos detalles, que siempre están ahí, y muchas veces, por abocarnos a nuestro propio tiempo y apuro, no logramos percibirlos, y simplemente, los omitimos del lugar en el que están.
El cielo, se expresaba como un cuadro, y con su infinidad de estrellas, dibujaba un panorama mágico, único, ideal. La luna, grande como pocas veces, se proyectaba de manera imponente, reflejándose en un charco, vaya a saber uno, si quizás, tan solo deseaba mirar su propio reflejo, para sentirse linda. Todo estaba bien, en su justo medio, y yo, era consciente de todo eso que acontecía a mi al rededor, como único espectador de lujo, apreciando, valorando, y tratando de sacar lo más profundo de mi ser. Eso que pedía salir a gritos, pero que al menos yo, nunca había escuchado.
Decidí cerrar los ojos por un momento, respiré profundamente y traté de adentrarme en mi propia paz interior. En mi vida había sentido ese nivel de conexión con un entorno, más aún, conmigo mismo. Volví a abrir los ojos y sonreí. Miré una vez más el cielo, entre su imponderable inmensidad, y me convencí de lo insignificante que me sentía frente a todo eso, tan frágil, tan diminuto, pero con la grandeza suficiente como para apreciar y aunar, desde un punto de vista mas racional, e incluso sensorial, todo eso que me rodeaba, y que, al fin y al cabo, era para de un todo, donde yo pertenecía.
Se había hecho tarde, y el cansancio se empezaba a hacer sentir. Tomé fuerzas, me levanté y me dispuse ir a acostarme. Apoyé mi cabeza sobre la almohada, y me encontré muy pensativo, reflexivo. Era un tanto extraño, pero ese momento que había pasado afuera, no había sido en vano. Había sucedido por algo, y claramente, me había aportado. Un mensaje, una enseñanza, o quizás, una distinta perspectiva de la vida misma, y todo lo que la componía.
Comencé a explorar, tratando de entender que era lo que había cambiado en mí. A mi lado, plácidamente dormida, había una mujer. Muy tranquila, con la paz, propia, de una persona que se siente segura donde está. Estaba de espaldas a mi, y esa curvatura que componía su dorso, era simplemente poesía, por lo que no contuve el deseo de acariciarla, apoyando suavemente mi mano en ella, y recorriéndola, hasta llegar al inigualable vaivén de su cintura, que invitaba al roce, al tacto, al disfrute de sentir una piel tan fina y suave, que en verdad se hacía disfrutar.
Su columna, marcaba un hermoso y delicado recorrido por su centro, y mis dedos, tan solo se deslizaban, siguiendo el camino, de arriba a abajo, en una incansable repetición. Su pelo, bañado sutilmente en perfume, caía como una seda, brillante, perfecto por donde se lo mirara. En verdad parecía el cabello de un ángel dormido. Sus lunares, imperfectos y a la vez perfectos, adornaban la vista, en un inconfundible cielo, marcado por puntos, distintos entre ellos, pero interconectados en sí, que invitaban al juego de querer besar uno, y cada uno de ellos, de manera aleatoria, pero sin dejar uno por conocer. Quería acariciarlo todo, sentir todo lo que pudiese, y ella, mientras yacía dormida, parecía en una especie de complicidad inconciente conmigo, como si supiese que lo mío, era un gesto espontáneo, meramente genuino; y aunque, fuera realmente bella y encantadora, no había sexo detrás de todo esto, era algo mucho más profundo, que en ese momento, yo había descubierto, y me hacía sentir a gusto.
Me acerqué lentamente, tomé su mano y la abracé por detrás. Automáticamente, ella se arrimó a mi, acomodándose a su merced. Me limité a apreciar su espalda de cerca, mientras depositaba mis más sinceros besos por sus hombros, y su refinado cuello.
Comencé a caer en una inevitable comparación mental, de que eso, que estaba besando, y vanagloriando, se asemejaba mucho a todo lo percibido afuera.
La inconfundible curva de su espalda, adornada por ese vaivén en su cintura, que culminaba con la terminación de esa obra de arte, me recordaba al movimiento de los árboles y su viento danzador. Su brillante pelo, que con solo mirarlo, uno sentía el ferviente deseo de acariciarlo, me recordaba al brillo de la luna, ambos, implorando ser vistos, apreciados, halagados, percibido, incluso, suavemente acariciados.
Por último, sus incontables lunares, que se iban perdiendo por todo el recorrido que hacía mi mano, simulaban frente a mis ojos, un universo espectacular, del cual, no quería salir. Éstos, me recordaban a las estrellas, que allá afuera, se hacían notar, como pequeños brillos, lejos, pero a la vez cercanos. Puntos plasmados en un fondo que pocos logran interpretar con la verdadera concentración que se necesita para terminar de entender la belleza que habita en su interior y en su propia esencia.
Sin duda alguna, esas estrellas, fueron el plato principal, y el comienzo de una nueva interpretación personal. Hoy, esos detalles, se encuentran presentes, listos para actuar.
Después de empezar a apreciar pequeñas pinceladas, uno mira con más atención cada impensado lugar. Después de esa noche, ruego siempre, volver a tener esa bella espalda a mi lado. En mi caso, mi presente atención, se centra, en una curvatura natural, e inesperadamente, en un amor lunar.
Un precioso texto yo diría bucólico y tierno.
Saludos