Qué sigiloso el palpitar cuando todo calla y se silencia.
Cuando la calma trae momentos dulces a este anhelante y desdichado corazón.
Cuántas caricias deposita el viento, el sol, la espera,
las dulces melodías a este fiel encuentro tan certero.
Quisiera saber qué tanto te deshaces,
te animas a desaparecer sin intentar ni exigir nada.
Porque la nada misma es la verdadera inquilina de nuestra existencia.
Y sin quererlo ó saberlo; en ella nacemos, vivimos y morimos.
Y así nos encontramos siempre, iguales esperando ser siempre distintos.