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La Maquinaria Del Diablo


EL ESLABÓN PERDIDO DE ALISOS.

LA MAQUINARIA DEL DIABLO.

Al abrir los ojos comprobó que todo seguía igual, tal y como debía estar. Quizás no tanto. Al reponer la caída foto de Hedis sobre la mesilla de noche, le asaltaron de nuevo los recuerdos de otra época. El amargo canon impuesto por la cruda realidad. La de los caprichos desenfrenados de la vida, esos que no tienen, ni tendrán nunca un sentido razonable. Toda la maquinaria estaba poniéndose a punto. El monstruo más oscuro que se podía presagiar traspasaba de modo fantasmal la frontera de los sueños, de esos que no eran deseables, de los que hubieran sido mejor no despertar. Se estaba instalando de forma definitiva, en la existencia de cada uno de los que allí se encontraban, la peor maquinaria de muerte. Pero el cuerpo de ejército no debía implicarse en tal engendro, en toda esa fatal incapacidad y anualidad de la falta de ética.
¿Franz Heldmann había despertado o seguía en la que creía, su pesadilla interminable? Esa mala e inquietante noche se removería de forma constante, antojadiza y caprichosa entre su conciencia. Sueños cargados de fantasía. Memorias evocativas cargadas de reminiscencias. Alusiones a los mismos hechos erróneos, una y otra vez, llegando ha ser monótonas en sus repeticiones. Eternas y mortificadoras por el transcurrir del tiempo.
Pero no, pronto se dio cuenta que estaba bien despierto. Era la mañana del 18 de junio de 1942, y sus botas tocaban el empedrado frío y húmedo de la plazoleta Askanischer. Justo delante tenía la principal estación de barrio, como se las conocía a las de cercanías. Había varias en Berlín en aquellos momentos desperdigadas entre los ejes más influyentes, estratégicos y estamentales de la capital. Su aporte fundamental al principio, consistía en el transporte urbano. Cubrir las necesidades de los viajeros, berlineses en su mayor parte, de entre los puntos más valiosos del entramado ferroviario alemán. Comprendidos entre el perímetro provincial y en el plano regional. Pero desde el comienzo de la guerra este croquis comenzó a esbozarse de forma dependiente a los menesteres para el que estaba pensado. Las estaciones empezaron a multiplicarse, se agrandaron sus espacios vitales, carriles interminables de vías. Los mapas de nuevas rutas resurgían llenos de cambios de la noche a la mañana. Los trenes de tercera clase abundaban. Al principio se mezclaban entre los vagones, ciudadanos comunes, con habitantes de tercera clase. Su marca inconfundible, la estrella amarilla, y el estar rodeados por soldados. Más tarde sus medio de transporte serían los coches destinados para el ganado. Primero eran destinados desde los distintos guetos de la capital, los judíos de más edad, entre ellos se solía incluir algunas mujeres y niños. Su rumbo, el campo de Therensienstadt, en la absorbida republica de Checoslovaquia. Esta terminal era la conocida central de Anhalter Bahnhof.
La compañía se desplegaba firme y en formación a sus espaldas desde un lateral de la plaza, en una disciplina rígida, una pulcritud intachable, preparados a la voz de mando, al presente de armas. La integraban ochenta hombres comandados por Franz, pertenecientes a la improvisada unidad del servicio especial y secreto de la Wehrmacht. En la formalidad del acto, y desde su rigidez ancestral reflejada por su carisma, de Franz manaba innato el dominio de la disciplina. El reflejo perpetuo del trabajo duro. Las peculiaridades específicas, señoriales en sus rituales, propias de la autoridad. Todas ellas elaboradas y sufridas, desde lo más bajo a lo más alto, de la escala oficial del ejército tradicional alemán. Pudo observar en la espera de acontecimientos, la fachada de la entrada principal, que desde lo más alto, se remataba en un grupo escultórico denominado “noche y día”. Perteneciente al artista Ludwing Brunow.
Las primeras luces de la alborada invadían lentamente la plaza. Desde una de las avenidas se acercaba un coche oficial seguido por una pequeña escolta. El perímetro de la explanada estaba protegido del paso por empalizadas y alambradas. El auto no tuvo que esperar al control y se adentro hacia el interior de la plaza. Un coronel de la Werhrmacht salio de el. De mediana edad, un poco dejado en su forma física, más bien como gastada y oxidada por el duro transcurrir del tiempo. Mirada fría, pero su porte daba la impresión de un soldado hecho ya a mil batallas. Seguramente la primera guerra mundial no guardaría ningún secreto para el. Se acerco hacia Franz y paso revista a la formación. Tras el saludo militar a la brigada, los dos oficiales se alejaron de la columna.
- Vallamos disimuladamente hacia la estación Franz, hay datos sobre la misión que me gustaría comentarle a solas.
Sus manos se desplazaron hacia atrás, agarrada la una con la otra, de manera campechana, aunque un menudo temblor de sus manos, reflejaba cierto nerviosismo, no muy propio en su carácter. Pero su experiencia en el mando lo curtió sobre todo para las salidas a posible destiempo. Las representaciones improvisadas, propias de teatros de operaciones inciertos. Su paso, lento y pausado denotaban hacia el exterior esa frialdad marcial. Seguridades reflejadas y marcadas al compás inseparable del eterno veterano. La forma de articular las palabras, eran palpables muestras de confianza arraigadas en convicciones firmes de la personalidad. Firmeza en si mismo, que tranquilizaban a quien le acompañara u observara.
Franz le siguió en silencio, atento y presto a las nuevas de su comandante en jefe. Juntos realizaron misiones de alto calado, desde la primera gran guerra. El destino, caprichoso, los reunía una vez más. Se conocían, pero siempre desde el respeto mutuo del oficio, al de la profesión. La consideración y deferencias hacia su coronel en los servicios secretos del ejército, no pasaban desapercibidos, siempre derivados por el buen hacer de Franz.

- ¿Uste me dirá mi coronel?...
- ¿Un verdadero enigma, verdad, mí querido Franz? Lo más raro de todo esto es que haya llegado a ser tan sorprendente para mí. Por lo visto desde el estado mayor ha llegado la orden de total confidencia. Es más, como que todo esta en clave. Volvemos ha ser los peones en un tablero siniestro y complicado.
- En peores nos las habremos visto, seguro, mi coronel.
- Si pero no con las SS. Franz. ¿Sabe a que esperamos aquí, con sus hombres? ¿Le ha llegado algo? Solo usted se las sabe hacer para que no existan los secretos en su trabajo.
- Esta vez se me escapa todo. Solo presiento que todo esto no queda claro. Tanto misterio, asta el ambiente esta algo viciado, entre esta niebla tan espesa y baja. ¡Se ha echado encima tan rápidamente coronel!
- Hay llegan los de las SS. y el cargamento Franz. Tenga cuidado con lo que habla, con esta gente nunca se sabe, y más cuando no sabemos apenas nada de nuestra misión. Ya le contare más adelante de lo poco que se me ha informado...


La plaza Askanischer se lleno de una sofocante y fría niebla, que iba en aumento. Se disperso, pero sin romper su espesor, repentina e inesperada, daba la imagen caótica, tenebrosa y siniestra que transmite el miedo ajeno. El temor que acompañaba al extraño cortejo de autocares. Cargados de mercancía humana, se iban acercando lentamente. El primero en pasar el puesto de control entre la larga hilera vallada, un Mercedes Benz 170 VK descapotable. Lleno de capas polvorientas que se les iban cayendo a pequeñas vetas a medida que la lluvia avanzaba desde su ritmo cansino.
La pesada maquinaria al paso por el adoquinado de la plaza proporcionaba un estruendoso traqueteo agitado y vibrante, que ajetreaba al cuerpo como un pequeño hormigueo, transmitido desde los pies a la cabeza.
El primero en bajar del Mercedes Benz era un oficial de las SS., al que Franz le pareció evocar tiempos del pasado. La memoria empezó ha sugerirle que se acordaba aún de aquel rubio espigado. Un gigantesco oficial de las SS. Altivo, de ojos azules y mirada penetrante, hipnotizadora casi. Aunque cuidadoso en sus maneras, su extremado estiramiento le hacia transmitir distanciamiento. Su sonrisa fría e insensible, rozaba lo despectivo.
Todo esto no dejaba de menos, al saludo cuidadoso y distinguido, al ser recibido por el coronel y estrecharse la mano mutuamente. El saludo con Franz fue algo más apático, como cortesía obligada a un oficial de igual graduación. Pero sus ojos indagadores, al más puro estilo sabueso, se fueron fijando con más detenimiento e interés, asta que la claridad del recuerdo fue fluyendo en su mente. Un instante después de estrecharse la mano, desde el asombro mutuo, se dijeron al unísono:

- ¡Franz!. ¡Franz Heldmann!. Por todos los dioses. ¿No puedes ser tú?
- El mismo. ¡Friedrich Wilhelm!. ¿Como esta mi joven aristócrata? Te hacia aún en la armada, chico, donde están los preferidos – dejó entre ver, una leve sonrisa marcada únicamente por el dibujo del contorno de sus labios, muy cordial, pero sin atisbos de camarería.
- Franz, ahora los aristócratas estamos mejor en la organización político nacionalsocialista del Tercer Reich. ¿Como es que no se me haya informado del oficial al mando de este grupo especial que habría de acompañarnos? Esto me hace presagiar que estoy descuidando la guardia.
- ¿Quizás por el contenido secreto de la misión, Friedrich? – insinúo de manera avispada y astuta Franz. Pero la pizca de ironía no hizo buena mella, ni gracia alguna, al sabio e investigador de Friedrich.
- A la seguridad de las SS es difícil que se les pasen detalles como estos, a no ser, que se les oculten, claro. Nuestras informaciones, Franz, son sumamente exhaustivas e integras, te sorprenderías cuanto pueden llegar a serlo. – su cuerpo se puso sumamente rígido.
Ensoberbecido entre un nerviosismo oculto e interior, le subía la cólera contenida por la responsabilidad del oficial al mando. Características propias e innatas ya, en el crecido fanfarroneo, aprendido e inculcado desde las juventudes hitlerianas. Sobre todo, desde las castas burguesas alemanas que podían permitírselo. Enclaustrándose a los más jóvenes, en el inicio metódico de las clases ideológicas propias del nacionalsocialismo.

Mientras tanto el cargamento siniestro iba bajando de los camiones. Rostros infelices, aciagos y perdidos en lo incierto de un desventurado destino. Un rumbó más que desafortunado. Sobre todo cuando la falta de seguridad, revolotea entre eventuales episodios borrosos para la memoria. Ante la incomprensión de la desdicha. Niños pequeños que se agarraban de las faldas de sus madres. Madres con rostros desencajados por la impotencia, agarran como pueden a sus pequeños. Semblantes disimulados a fuerza de una voluntad imposible. Saltaban con sus pequeñuelos de los camiones como bien podían. Danzas macabras y absurdas por entre el azar de la fatalidad.
No había atisbo ni señal de gente joven, ni hombres fuertes y maduros, solo ancianos, mujeres y niños, entre tal remesa.
La serie de vagones que los esperaba, eran enlazados y enganchados al convoy que se asemejaba a una caravana lúgubre, sombría y macabra.
Imágenes que pesaban como yugos opresivos de la conciencia de Franz mientras observaba en silencio...
Entre tanto Friedrich tras echar un vistazo al comando especial de Franz, se ocupo de que su envío fuera pasando a los coches rápidamente.

-Bien Franz, yo me despido ahora de usted. Solo acabo por decirle que esta expresamente al servicio de su amigo, por lo que veo. Esta misión es tan secreta, que ya dudo si el mismo führer esta informado al respecto. Bueno, lo poco que tenía que contarle es en definitiva eso, que esta al servicio total de estos jóvenes. Ya sé, mal trago para cualquier oficial o soldado de la Wehrmacht estar a la prestación de esta gente, pero ya sabe, ordenes son ordenes y estas parecen dadas por un estado mayor, incluso superior al propio Hitler. Ah, se me olvidaba, su conocido, es un personaje importante dentro de las Allgemeine-SS. Un ala política dura, digámoslo así que esta evolucionando, filtrándose rápidamente dentro de la propia Wehrmacht. ¡Ya se, ya se, imposible! ¡Pero me da ese algo....! -saludó a Franz al estilo militar, acto que fue recíproco, y se fue alejando con la cabeza gacha hacia su coche oficial. Antes de subirse a el, contemplo a sus hombres. Podrían ser los suyos. Los observaba mientras tomaban sus posiciones tácticas de defensa en los exteriores del convoy. Para Franz tenía algo de calido, una experiencia entrañable, ese momento en el que se despidió de su coronel. Por lo menos, tenía algo de íntimo y afectuoso, después de tanto tiempo encontrándose juntos de misión en misión.
La expedición arranco. La maquinaria rugió como llevada a manos del diablo y se fue alejando lentamente de la parada, Anhalter Bahnhof. Normalmente esta estación tenía por este entonces un destino muy repetido, el Protectorado de Bohemia y Moravia. A Franz si que le había llegado alguna filtración, y rara, de los servicios secretos del ejercito. La existencia de un triste lugar, conocido por el campo de Therensienstadt. Lo incomprensible de esa situación consistía en la alta protección y custodia de un cargamento tan falto de peligro e importancia a simple vista, para llegar a movilizar a los cuerpos especiales y a una parte del mismo servicio secreto de inteligencia...
Los paisajes rasgaban los planos de visión desde las ventanillas de los vagones del tren, maravillando a todos de tanto esplendor. Los valles se parten perforando al horadar por entre colores alegres, llenos de vida. En la arboleda gigante de los senderos, salpicados por casitas de piedra distantes la una con la otra. Para estar llegando casi al verano no era tan extraño el mal tiempo, los había así. Pero el frío exagerado del ambiente, el acto de presencia de la nieve espesa, a medida que avanzaban ya era de un tono más exagerado. Su lento caer dejaba entre ver copos densos y apretados. La luminosidad del manto blanco compacto y viscoso reflectaba al compás de intentos intrusivos con apenas protagonismo por parte del sol. En ocasiones con cortos periodos conseguidos al fin, con tal potencia que llegaba con reflejos molestos para la vista.
Franz tuvo que apartar la mirada de la ventanilla por lo mismo desde el vagón de oficiales. Se encontraba solo con Friedrich. Sentado en un asiento de madera, frontal al de Franz. Entre una sonrisa irónica y sin falta alguna de ese cinismo tan común en el.

- Bien Franz, el destino nos vuelve a unir después de esos buenos años en el club de hípica, recuerdas...
- Si pero no con tanto gusto como tu. Yo iba a limpiar los establos con mi padre y tú a disfrutar de un tranquilo paseo a caballo, no lo olvides. – se oyeron unas relajadas carcajadas. Esa primeriza crispación que pudiera respirarse se fue desvaneciendo.
Siguieron charlando durante largas horas, de sus recuerdos, del pasado tranquilo de esos años aparentemente sosegados tanto para uno, como para el otro. Mientras la noche y las sombras caían pausadamente, ajenas a los tiempos confusos y revueltos del momento.

LAS ZARPAS DE LAS SOMBRAS.

La caravana con no muchos vagones se desplazaba, ahora, por caminos de vías bordeadas por arboledas tan frondosas que parecía que la noche se hubiese olvidado de desaparecer durante unos instantes del día. La luz, apenas podía traspasar las alamedas, espesuras súper pobladas de espacioso follaje. Sotos envueltos en marañas mustias, algunas convertidas en zarzas ya, por la falta del fulgor del sol, tanta era la espesura que la maleza pretendía invadir las fronteras más cercanas al camino de hierro. Comenzó a caer de nuevo la neblina, entre túneles naturales de abetos.
Desde los coches destinados al rebaño humano, imperaba una ficticia y forzada tranquilidad. Era extraño que no estuviesen atestados de carga mortal. La capacidad de cada uno de ellos, proporcionaba cierta holgura y desahogo al espacio, para sentar a los niños, ancianos, embarazadas y demás. En una de esas cajas para ganado, una madre abrazada a su bebe, miraba distraída, casi como ida en vagos pensamientos, por entre una de las rendijas de las paredes. Lo poco que dejaba divisar la frondosidad del bosque por el que transcurrían. Ya hubiese una luna llena y fuerte como era la ocasión. El tren iba descendiendo su velocidad poco a poco, hasta llegar a detenerse cerca de un apeadero desierto. Quizás también un cambio de agujas, o una espera para dar paso a otro tren. La mujer con el niño en brazos seguía pendiente de cualquier detalle del exterior. Fue sintiendo la presencia de alguien más en el fondo del vagón, algo la iba poniendo nerviosa, una sombra menuda se iba acercando hacia ella, sigilosa en extremo silencio. Unos ojos grandes de un azul potente y extraordinario se fueron dejando ver, el color de su piel más bien de un verde carne, pero no eran humanos, si similares al hombre, aunque por mucho, más diminutos a este. Se iba acercando un dedo largo y con uña afilada y larga uña, a una boca ancha, sin labios aparentes, pidiendo con el gesto silencio. La mujer se estremeció por el miedo. Angustiada al principio de ver a esa figura extraña y por sorpresa. La voluntad del ser, se transmitía con una cierta tranquilidad, como por hondas telepáticas cargadas de esperanza. Un sosiego que fue contagiándose entre los demás a medida que iban notando su presencia. La complicidad se fue asiendo patente, sin que se mediase palabra alguna. La intriga y el silencio reinaban de manera imperante sobre el ambiente. El diminuto duendecillo, hizo un gesto de que se apartaran de la puerta, y la plebe fue comunicando el mismo mensaje de coche a coche, para que se retiraran e hicieran lo mismo.
Mientras Franz y Friedrich seguían recordando tiempos pasados. La niebla crecía sin parar. El frío era cada vez más intenso, cayendo en picado por momentos. El vaho de la noche fue dibujando en un golpe de halito seco, como un dibujo de soplete en nieve sobre los cristales de la ventanilla, la palabra Elfenkönig. Al acabar de formarse la palabra, el sobresalto tras el aviso amenazante, esbozado en los cristales fue repentino. Los dos oficiales se levantaron en el acto, se quedaron observando la palabra dibujada, producida por el aliento frío de la noche.
- ¿Que es eso Friedrich? ¿Parece alemán en dialecto antiguo, que crees que significa? A vosotros os instruyen en estos menesteres. – Exclamo Franz, algo sobresaltado por la sorpresa.
- Es una palabra adaptada al alemán, pero oriunda del danés Franz. En concreto Erlkönig. Viene derivada de antiguas leyendas del centro de Europa. Su significado literal es: “el presagio de una muerte”, o algo por el estilo, es difícil ahora mismo estar en lo más cercano de la traducción, pero es algo similar, créeme. – El nerviosismo de lo inexplicable fue adueñándose por momentos del seguro e implacable Friedirch.

Repentinamente saltaron por los aires y con enorme estruendo, las puertas de los vagones donde se encontraban los judíos. Rápidamente salieron al exterior todos los militares y SS sobresaltados. Franz indico a sus hombres que encendieran en seguida los reflectores situados en el techo de los coches. Mando igualmente ha algunos hombres subirse con ametralladoras de posición, el ascendió con ellos, con calibres capases de desmembrar a cualquier persona.
Por su parte Friedrich grito a sus soldados SS para ir raudos y así asegurar su cargamento tan especial. Pocos segundos después de dar tales órdenes, todos sufrieron una ráfaga tormentosa, una carga de frío helado en el rostro que prácticamente los paralizo. Permanecieron allí detenidos, entumecidos por todo su físico. Menos los sionistas. Ellos tras observar asombrados, despacio y atentamente, se percataron de que aquellos hombrecitos, les hacían señas para que les siguieran. Con gestos y comunicación a trabes de la mímica, las criaturas incrementaban progresivamente su número, salidos de la nada. Los ayudaban como escolta, indicándoles un camino de escape. Los niños y bebes fueron cogidos por sus madres, por otras mujeres. A los ancianos les ayudaron a bajar del tren, los geniecillos verdes.
Una vez perdidos estos por entre los sotos de matorrales, se difuminaron tras las hileras interminables de árboles. Un viento repentino e iracundo hizo acto de presencia. La arboleda cambio como por arte de magia de abetos a tristes sauces grises. La bruma aumentaba su espesor, sin tregua, y como un jirón de niebla entre las sombras, aparecía tras los arbustos la figura alada de un jinete, con corona y túnica plateada. Es un rey. Entre sus brazos lleva a un recién nacido fallecido, de masa esquelética.
Los que allí aun se encontraban seguían sin poder articular movimiento alguno pero eran conscientes de todo lo que a su alrededor pasaba. Aquella silueta desfigurada por la calima al principio, iba tomando su forma cada vez con más detalles reconocibles. El caballero en si poseía unos cabellos rubios largos, entrecanos e intensos. Alto, esbelto, y de constitución muy fuerte. Rasgos nobles de alto linaje. Facciones en el rostro de marcado acento viril. Detuvo a su caballo y se poso observador, atento a todos los encadenados, presas del hielo. A pesar del total silencio, los pasos de varias damas que surgían desde las profundidades de la espesura, no podían ser oídos. Cinco damas parecían andar con total quietud, dando la impresión de no usar sus pies, más si alguna fuerza procedente de la magia, las hicieran flotar. Llevan todas flautas en su cinto. Del viento parecen soplar como salidas de ellas, silbidos de tonadas que vuelan y envuelven con frágil armonía al bosque. Gráciles y bellos son los rostros de las cinco damas, nacidas de entre la floresta, habitantes eternos de aquella selva en forma de arboleda.

-¿Como han de morir? - Preguntaron suavemente, con tono sedoso, tierno y a manera adorable las cinco damas del bosque.
- Todos no han de morir. Según la expresión que se me adopte al rostro, como de costumbre. ¿Pero eso ya lo sabéis, no? – respondió algo áspero, aunque irónico y mordaz, el caballero coronado. Les dirigió una mirada a modo de gran señor, seco, pero seguro de si mismo.
- ¿Y esos dos porque no? – Pregunto una de ellas, indicando con la mirada y el gesto lleno de ternura, hacia Franz y a Friedrich. La única de cabellos morenos de entre las cinco. Que parecía obtuviese algún aviso a posibles respuestas, sin palabras, ni señal, ni código alguno, al igual que los hombrecillos verdes lo hiciesen con sus liberados.
- No son de la misma casta de hombres. Son diferentes, procedentes de otra raza, exactamente del eslabón perdido de “la Atlántida”. Aunque ellos no lo saben. Ni sabrán en mucho tiempo de donde vienen, ni a donde han de ir. Está escrito así, y así se ha de cumplir, asta que llegue el momento en el que se les habrá de revelar la verdad. Es el camino del nuevo enlace hacia los elementos. No olvidéis mis hijas, que todos formamos parte de esta cadena, y que hemos de cumplir con el cometido que a cada uno se nos encomienda.

La melodía sonó y sonó con más fuerza si cabe. Los condenados, comenzaron a olvidar los recuerdos que pudiesen conservar asta ese momento y solo pensaban en aquella melosa música.
Una expresión flexible y suave se plasmó en la cara del caballero. Una mirada afectuosa arribo a su rostro, transmitida como si fuera aplicada por la hipnosis. El sueño blanco, con una paz dulce y relajada fue invadiendo sus cuerpos. Eran los síntomas de la congelación en su más alto extremo. Algunos después de ese momento cayeron al suelo, consumidos por la narcosis y el sopor de la modorra. Rígidos y agarrotados en las extremidades de sus cuerpos, sus corazones pararon de latir. Otros se quedaron en rara postura, como petrificados entre la nieve. Los menos quedaron tal cual, como un bloque de piedra, de pie, perpendiculares al suelo.

- Tomad a vuestro hijo. Ahora lleno de vida de nuevo, y marchaos. “Muerte que regenera en si misma de la masa inerte”. “El deceso de otros alimenta la vida de la nueva casta que llama al óbito de esta especie, ofrecida a regenerar sus heridas”. Ya tenéis lo que tanto ansiabais, desapareced de mi vista... – Un cerco de tristeza se resplandeció en el rostro de Elfenkönig “rey de los Alisos”. La única de cabellos morenos de entre las cinco, tomo con afecto y delicadeza a la criatura, desapareciendo con sus cuatro hermanas de igual manera que llegaron, como de una nada vacía y hueca...



LA EXPOCISIÓN

Se me viene a la memoria de manera inmediata la cita del libro “Cartas y escritos inéditos” (de Raymond Chandler) en la que comenta: “Si alguna vez hubiese tenido la oportunidad de elegir quién representara mejor la imagen que tengo de (Marlowe), creo que tendría que haber sido Cary Gran”. Sobre todo es el sitio idóneo, un lugar como “La gran manzana”, para observar de forma catastrófica, cínica y pesimista, a cual detective estadounidense de la década de los 20, el persistente idealismo caótico y deslustrado que hace recordar, casi con parecidos acontecimientos, al que hoy nos acompaña.
Es también la hora y el momento justos para tales pensamientos al igual que tales detectives de ficción, para el tipo de ideas contemplativas y filosóficas, propias de un anochecer lento y frío en todos los sentidos, cuando atrapa la soledad, vuelta a casa, y solo espera un trago de wiski, una partida de ajedrez junto al ordenador, o la paz espiritual de una buena poesía. Pero faltaba un punto importante. Al igual que en este genero detectivesco, me faltaba mi añorada “femme fatales” que esperara engañosamente sumisa, al hombre de piel curtida y corazón duro, que cae rendido ante una oculta vampiresa, deseosa de oscuros apetitos. La mujer fatal, ese personaje tipo, sensual insaciable, villana a la vez, que acaba siendo la fuente motriz del héroe un poco trasnochado. El atractivo de estas damas, en la construcción de su personaje, derivaba del cruce continuo, eficaz paso de una línea u otra, entre la bondad y la picardía que rallaba la malicia, manantiales absorbentes de vida consumida, sin escrúpulos, hacia donde lleve sus intenciones, la siniestra voluntad, preferible en una duquesa extranjera, una expía de entre guerras, que al espíritu mojigato, inocentemente aburrido de una simple cortesana.
Pero mirando la infinita línea recta que trazaba el inmenso titán de cemento, erguido hacia un cielo envuelto en multitudinarios grises y alguna nube amenazadora, me rencontré con el presente, buscando la ventana que intuía desde tan lejos. La del apartamento, en la calle del número 34, a la altura de Penn Station (Pennsilvania Station), muy cerca de la sexta avenida, y del Madison Square Garden, en Manhattan. Una de las estaciones ferroviarias del transporte público más importantes de la ciudad. Uno de los nexos de unión de entre 46 ciudades estadounidenses, con más de quinientas estaciones ferroviarias repartidas por los Estados Unidos. Una manera también de querer decir que no iba a ser una buena escusa quejarme de no poder ejercer una escapadita por algún punto distraído y placentero del país, por culpa de la estrategia urbana en los sistemas de transportes de este país, pues uno de los estacionamientos más conocidos estaba al lado de mi casa.
Para un español que jamás salió de su Málaga natal no es la primera vez que siente el ambiente cosmopolita, pero ni punto de comparación con el que se fragua en el aire de esta ciudad. Tan poco hay digamos, semejanza con este tipo de rascacielos, como el que tengo en construcción al lado del mío, el Empire State Building, el segundo edificio más alto de esta jungla de asfalto neoyorquina, gemelo y rival directo del Empire State (ya que tras la destrucción de las “Torres Gemelas” este sigue siendo el edificio más alto de esta ciudad). Este nuevo coloso, prevé una altura de trescientos sesenta y seis metros. Sesenta y siete pisos.
Tenía a mi alcance, casi todo lo que un ingeniero dedicado a empresas y diseños ferroviarios podría desear. Gracias a esa abstracción a mi trabajo, captada en todo el esfuerzo posible hacia mis labores y en lo que consistía mi afición a todo tipo de trenes. Sobre todos ellos, estaban los más antiguos, como a sus derivados, a las maquetas, diseños. Encontré un lugar destacado a lo que corresponde en este mundillo. Museos en los que participé nada más llegar, al principio de mi carrera, a formar parte de su mantenimiento, estudio, diseño, búsqueda y preparación para sus exposiciones. Alrededor de todo el país, inclusive fuera de sus fronteras. Precisamente ayer recibí la proposición, desde Londres, para asesorar a un nuevo museo, con intenciones didácticas sobre el tema a tratar. Desde las viejas maquinas de vapor a sus progresivos inventos y eventos que ayudaron de manera definitiva al surgimiento de la ingeniería mecánica e industrial, tal y como conocemos a día de hoy. A la idea principal, de dar, tanto un cariz histórico, al de repasar los distintos tipos de maquinaria ferroviaria, cuyo actor principal serían las maquinas y sus más que destacados modelos, como a su función de destino para los fines a los que se les tenía pensados. También se reflexiono sobre estantes dedicados a sus orígenes físicos y mecánicos. Básicos, como la inducción electromagnética, elemental para comprender, enriquecerse y empaparse un poco más, sobre este tipo de exposición dedicada al mundo de los ferrocarriles.
Mientras ascendía hacia la última planta, desde el ascensor con cristaleras vidriadas que daban a la salida de la estación vecina, quedaba abstraído ante la novedad del paisaje. Una maraña de vías de tren quedaba suspendida como por arte de magia muy cerca, la visión que se proporcionaba era un peligro, pues una vez en el sillón de mi apartamento, pasaría horas muertas, ensimismado, concentrado y cavilando cada detalle de esta afición maravillosa que me envolvía y que a su vez formaba parte de mí trabajo. Cada pieza de tren, cada vagón que pasaba por ese laberinto embarullado de raíles interminables, había una obra de arte detrás de otra obra maestra que me hacía pensar en su maquinaria, su funcionamiento, en planos, en la imaginación e intuición para desarrollar nuevas ideas. Investigaciones en diseños que desencadenasen logros productivos, y porque no de ahorro económico. Pero algo inesperado me llamo la atención antes de salir del ascensor. Desde la cristalera por la cual observaba todo esto mientras ascendía, un resplandor chirriante debido a luminosidad, entre cortante e intermitente, relucía, deslumbrante, a tipo de señales morse, que no llegaba a entender ni ha asimilar. Mientras las puertas correderas del ascensor se abrían y antes de salir de él, observe una silueta proveniente desde las luces, en el ventanal de un edificio justo en frente aunque algo apartado a este. La sombra al principio se iba transformando entre un contorno más definible desde ese espacio brillante. Un bulto que ya iba transformándose en forma humana. Me quede fijo en su figura que cogía proporciones cada vez, más claras y concretas. Un uniforme parejo al de una guerrera militar. Una mirada fija y penetrante, entre un cierto escalofrío que helaba la sangre. Se distinguía ya su figura. Parecía… ¡no podía ser!...un oficial de las SS…imposible.
Acabé entrando algo nervioso y preocupado en el apartamento. Me senté en un sillón enfrente a la mesita que daba a la terraza y procuré relajarme. Al encontrar varios catálogos e inventarios de sumarios, de las maquinas que se estaban siguiendo para la última exposición que teníamos proyectada en Viena, conseguí enfrascar mi atención en el tema que sopesaba anterior a este sucedido. Max, mi compañero en todos estos embrollos, nos proporcionaba los distintos clientes surgidos para la sociedad desde cualquier rincón del mundo. Un excelente relaciones púbicas igualmente para la compañía que empezábamos a extender, entre sus tentáculos varios países de gran interés e importancia del planeta. Sobre todo para comunicaciones e innovaciones de carácter de ingeniería ferroviaria. No solo era mi asociado, sino el comanditario capitalista de la misma. Marchábamos en cierto modo, de manera exitosa ya en EE.UU. País que constituía una pieza clave para el último trabajo que nos haría desplazarnos al gélido y aterido, estrecho de Bering. Trabajo arduo y complicado, aunque nuestra participación sería de simple comparsa ante el espinoso intricando que se presentaba entre todos los que deberíamos participar en su elaboración. El tamaño de la obra gigantesco. Nos involucraba en esta peliaguda aventura en tramos ferroviarios, cuya elaboración nos correspondía, destinados al traslado de las mercancías, para su distribución, carga y descarga, desde la pista aeroportuaria, hacia la pequeña localidad de Diomedes. Lo escabroso del tema era la estabilidad del terreno, ya que se trataba en muchos tramos aislados de hielo, poca estabilidad. La odisea estaba basada ni menos en el proyecto de una pista para algo más que el aterrizaje de helicópteros. Varias empresas, entre la nuestra, tenían acordadas su participación en dicha realización en este telón de hielo que separaba a las dos superpotencias. Igualmente Max estaba siempre m informado de cada novedad con relación a nuestros clientes fijos, en este caso desde el centro de unión, innovación y desarrollo ferrovial europeo. También tenía datos frescos y actuales de temas relacionados a nuestro jovi. Dedicación, en tiempo y asuntos extra que nos proporcionaban publicidad. Las exposiciones en relación a los ferrocarriles, convoy, tipos de maquinas, antiguallas para su exposición que llamaran de alguna forma la expectación y de la misma manera, interés para nuestra entidad empresarial. Ha veces Max enviaba avisos, correos electrónicos, al igual que otros asuntos de interés. Era curiosa la propuesta procedente de Viena. Una feria de ingeniería a alto nivel, en la cual el tema ferroviario de la zona estaba en manos de un español y un austriaco, de descendencia creo, pues Max nunca me dijo su procedencia de origen, solo que tenía familiares austriacos por los cuales obtuvo noticia de este proyecto. La curiosidad residía en que la muestra sería destinada y utilizada para exhibir con más inclinación e interés, modelos de trenes fabricados por la Alemania nazi desde que llegaron a la cancillería, hasta su final. La extrañeza derivaba que no estaba entre los fuertes de la Werhmacht la producción ferroviaria ya que la mayor parte de sus puntos estratégicos fueron llevados al plano militar. Aunque si habría alguna novedad a destacar, como la artillería pesada ferroviaria.
Repasé exhaustivamente toda la información nueva. Al final se amontonaban en las mesitas del estudio todo tipo de listas, inventarios y registros, ahora había que catalogarlos según el tipo de información, maquinaria, railes, cableado, costillas de sujeción adaptados al tipo de cañones y demás menesteres. Era igualmente interesante la proporción y el reparto del peso para alcanzar una mejor precisión y menos retroceso de los cañones desde su forma de posición encajada desde la base en los railes.
Ojeaba las características principales del modelo y de su diseño “K5 Leopold 283 mm de 1934”. Una de las armas más eficaces de entre los cañones ferroviarios de la época que podía construir la Alemania del III Reich. Mientras leía, descansaba la espalda en uno de esos sillones anchos, dejando la posibilidad de estirarme todo lo más, y empezando a relajarme con un buena copa de vino, delante el gran ventanal que inundaba toda la sala de luz limpia, llena de la fuerza del medio día. Sonó el móvil. Era Max, mi colega o más bien por ahora jefe de todo este tinglado que se nos venía encima. Su voz transmitía entusiasmo con algo de nerviosismo, propio ante los nuevos acontecimientos. Todo relacionado con las fechas clave para la exposición, senos echaba encima, el calendario del año 2010 corría ante las expectativas innumerables, noticias novedosas, inesperadas incluso ha veces inquietantes, suscitando eventos que iban más rápidos de lo que podía imaginar. Pero algo volvió a inquietarme. La dichosa lucecita parpadeante a destello tras destello desde uno de los edificios de enfrente. Con forma caprichosa, a modo de juego de niños. Pero no, no se trataba de niños, otra vez estaba allí, la misma silueta que anteriormente tanto me inquieto. La misma esfinge, enigmática, con tanto secretismo hacia si misma. Algo que empezaba ya ha ser algo inexplicable. Esta vez se distinguía mejor su contorno, más nítido que antes. Ya distinguía su color de pelo, delicadamente peinado hacia atrás, rubio intenso, cara angulosa, ojos, creo que azules, la distancia no daba para tanto, pero su brillo proporcionaba ese tono, con escala a matiz del añil del mar tirando a violeta. Una corpulencia hercúlea, transmitía la fuerza de un titán. Y el dichoso uniforme, pulcro, esmeradamente aseado y limpio. Pero hice lo posible para concentrarme en la llamada:
-¿Si, dime Max, que me traes?
-¿Ahora eres adivino Óscar Eberhard?- evidentemente ese es mi nombre completo, pero había algo de sorna en el sentido de sus palabras. La típica socarronería en el tono de Max cuando algún motivo lo tenía contento.
-No seas burro Max, se marca tu número al llamar en el móvil, no seas animal, deberías saberlo ya, tienes uno igual.
-Pues según la etimología en el significado de tu nombre, lo de animal, no se a quien le sería más apropiado. Puro nombre germánico- soltó una corta carcajada mal intencionada.
-Ya, entiendo, “jabalí fuerte”, más concretamente. ¿Vas por ahí, no? ¡Que astuto!-
Era evidente que mi descendencia por parte paterna era de origen alemán, de abuelo prusiano, aunque mi padre es vienes. Mi madre española, pura malagueña con su típico acento boquerón, dicharachera y ocurrente a más no poder, salía a ella, o eso creía por esos momentos.
-Si muy astuto, más de lo que puedas pensar. ¿Qué tienes que hacer dentro de dos fines de semana?- hubo un corto silencio, cortante, rallado con cierta reserva intrigante, misterioso.
-Si. ¡Dime, no me dejes así!
-¿Estas documentándote bien de todo lo que tenemos que tratar y de lo que se nos pide para la semana cultural de Viena, en la que estaremos?
-Si, estaba ahora mismo en ello. ¿Ya esta todo organizado?
-Todo, lo que es todo no, quedan muchas cosas por tratar aún, pero acabo de enterarme de algo que no deja de ser curioso Oscar. El ministro de cultura vienes y algún alto cargo aún sin designar, estarán en la presentación en la apertura del certamen de la historia ferroviaria Alemana y Austriaca.
-¿Buena noticia, no se porque te noto tan excitado?
-Hay algo que no me encaja del todo. Las fechas a exponer, nos las imponen diría yo, o más bien, con predilección más que subrayada en la documentación a seguir.
-Explícate Max.- tampoco me empezaba a encajar todo aquello, ni el sentido al que se refería Max, o se estaba explicando mal, el asunto es que me empezaba a perder en la conversación. Max parecía algo más nervioso y agitado al expresarse que de costumbre.
-Ya sabes, las temáticas que tenemos que llevar, el tipo de locomotoras, trenes, misiones especificas, actividades ferroviarias y la artillería pesada que va desde el año 1933 asta el fin de la segunda guerra mundial, todas ellas relacionadas expresamente con la “wehrmacht”.
-Si ya se. De todo ello ya estaba más o menos enterado.
-Si pero no de tanto detalle como del que tenemos que encargarnos. ¿Oh quizás sepas donde diablos encontramos tractores diesel – hidráulicos V36?- un cierto desasosiego se vislumbraba en su tono.
-Tranquilo, déjame eso a mi, creo que tengo pistas por donde moverme para encontrar alguna- pensamos al unísono, pues otro silencio fue manifiesto, pero el nerviosismo manifiesto en Max no dejaba de alarmarme-Lo que no me queda tan claro, ese interés tan insistente y repentino por parte de tan altas personalidades austriacas en asuntos ferroviarios. ¿Es curioso, no crees Max?
-No se chico, tampoco puedo darte una respuesta apropiada. Bueno, que tengo prisa Óscar, ve preparándote para el viernes de dos semanas vista, ya iremos concretándolo todo más adelante. Es que me acababan de confirmar todo esto. ¡Ah, se me olvidaba!, quizás mañana se pase Emma a tu apartamento con documentación sobre lo mismo, para que le eches un vistazo a fondo, papeleos y demás, ya sabes lo de siempre, pero hay que repasarlo, ante un atisbo de duda, siempre es mejor llevarlo todo bien preparado.
-Bien así lo are Max, no te preocupes hombre, que todo saldrá bien como en habitual, no ralles en el pesimismo chico, ya sabes que no silbe para nada, perdida de tiempo, ya sabes. Ah, ya hable con Emma sobre los catálogos nuevos, sobre eso ya me adelante, las fechas, las firmas a atender y citas acordadas en Viena. Me pasé por el despacho, tenía que mirar ciertos temas, ya tengo todo el papeleo. No obstante vendrá esta tarde con cierta redacción de unas cartas para nuestros clientes de la estación de Florida y miraremos todo para que quede a punto.- Emma es nuestra secretaria más reciente. No sé porque asta que no llego ella, la estabilidad perdurable de nuestras secretarias no se hacia de manera muy constante y duradera en el tiempo, lo inquietante de ello es que no había razones muy aparentes por parte nuestra, siempre era por la suya. Embarazos inesperados, muertes repentinas, cambios de rumbo súbitos para con sus vidas, y en varios casos coincidían las escusas de entre unas y otras en casos de tal similitud agobiante para nosotros, pues nos cansábamos de buscar una tras otra. En fin cosas de la vida-.
-Ya no me preocuparé, pero con tanta responsabilidad sobre las espaldas y tratando con peces gordos como estos, me da no sé que…
-Ya te llamo Max.
-Vale Óscar, asta pronto.
Colgué. Pero quedé por un momento pensativo, demasiadas cosas de golpe que había que ir ordenando en el disco duro de la mente. Menos mal los destellos desde el edificio de enfrente ya no relucían, y ese tipo salido de otra época tampoco. Mejor tomar otra copita, o no, con las cosas que empezaba a ver, bueno lo mejor para el cuerpo, en fin si la vida se pasa en dos días, pues otra, que más da...





Rocofredo11 de noviembre de 2012

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