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El Violín

Paseaba bajo la luz de la luna llena cuando le escuchó.
El viento llevaba su sonido por todo el valle. Incluso las piedras deseaban levantarse y trotar hasta la colina para disfrutar el concierto.
Así fue que ella, casi hechizada, corrió hasta el viejo castillo abandonado del que surgía el elegante canto del violín.
Era este castillo una mala sombra de lo que fue. Apenas quedaban cuatro paredes en pie y no había techo que resguardase de las posibles lluvias.
No había techo que impidiese al joven músico tocar a la luz de la luna en ese romántico escenario.
Y ella allí le encontró, en lo que antaño fuese el salón de un señor menor, tocando como si tuviese la más regia de las audiencias.
Le observó oculta entre las sombras.
El violinista tocó con los ojos cerrados durante toda la noche.
Ella le escuchó embriagada sin hacer más movimiento que el de su vello al erizarse y el de su corazón, empujando la sangre a su mejillas, tiñéndolas de un rojo embriagador.
Cuando el sol comenzaba a despuntar, abrió los ojos y se encontró con la mirada de su extraña oyente.
Él no se mostró sorprendido. Sonrío afablemente, guardo el violín en el estuche y echó a andar en dirección a lo que antaño debió ser la entrada principal del salón.



La siguiente noche ella le esperó sentada junto a la entrada del salón. Sin embargo fue vana la espera pues él no apareció.
Ni la siguiente, ni la siguiente a la siguiente…
En vano esperó noches, semanas.
Y cuando ya iba a desistir apareció él, acompañado de la luna llena y un bonito estuche de ébano. Pasó junto a ella, le dedicó una sonrisa, extrajo el violín del estuche y se puso a tocar en el centro del salón.
Frotaba con el arco las cuerdas con tanta rabia y ternura a la vez…
Incluso las lágrimas de ella huían de sus ojos atraídas por las bellas notas musicales.
Como ocurrió la primera vez, él no abrió los ojos hasta el amanecer. Entonces recogió el violín dispuesto a marcharse. Pero ella se acercó a él, aún conmovida y le habló.

¿Sois acaso vos un fantasma?- Lo dijo con tanta timidez que pareciese que las palabras se hubiesen fugado de su garganta tratando de pasar desapercibidas.
Soy un violinista, mi querida señora. Sin duda creéis que soy aquél que murió en este castillo por amor. – Alargó el brazo ofreciéndole su mano.- Mas tan solo soy un músico que se inspira en aquella desgracia.-

Ella se apartó, temiendo su tacto y con el mismo débil hilillo de voz le rogó.

Relatadme esa historia, mi señor.- Cosa a la que él accedió.


“Vivía en éste castillo un pequeño señor. No era pequeño en tamaño, tampoco en orgullo o valor. No era pequeño en fuerza mas sí lo era en piedad. Resulta ser que éste pequeño señor tenía una hija. No era ésta en nada parecida al padre. Era ella temerosa, nada vanidosa y sí era muy bonita, tanto como la madre que al nacer perdió. Era por esto que su padre apenas permitía que saliese del castillo y, si alguien les visitaba, ella debía permanecer en su habitación.
Ocurrió que en una noche de tormenta llamaron a la puerta del señor unos caminantes, pidiendo hospitalidad.
No era nada hospitalario aquél pequeño señor pero accedió a acogerlos cuando uno de ellos se ofreció a amenizar su cena tocando el violín.
En un rincón del salón, junto a la chimenea, se sentaron los huéspedes y comieron lo poco que el señor les ofreció. El violinista nada comió pues desde que la cena comenzó el tocó su instrumento, haciendo vibrar con sus notas hasta los cimientos del castillo. Sin embargo, a pesar de lo magnífico de su música, el señor no disfrutó en absoluto y le echó junto con el resto de viajeros.
Caminaban ellos por el valle, embozados con sus mantos para sufrir en menor medida el acoso del cortante viento, cuando se encontraron con la joven hija del señor. Ella, desde sus habitaciones, había escuchado el violín y se había enamorado de su música y de su creador. Así que cuando su padre los echó, ella resolvió huir de su cárcel y buscar al músico.
Los compañeros del violinista temían las represalias y no quisieron hacerse cargo de la joven. Pero él, conmovido por las súplicas de la joven, decidió permitir que le acompañase. Así que ambos se separaron del resto de viajeros y avanzaron en dirección opuesta, deseando así confundir al señor cuando al advertir la ausencia de su hija, mandase a sus hombres buscarla.
Caminaron durante toda la noche por el valle, empapados por la lluvia, agotados y hambrientos.
Finalmente se cobijaron en una pequeña cabaña llena de aperos de labranza. Allí durmieron hasta que la tormenta dio paso a un día soleado.
Y llegaron, con más fuerza incluso que el sol, los hombres de su padre. Cogieron presos a ambos y les condujeron al castillo.
Allí el violinista fue juzgado y condenado.
Enormes maderos alimentaron una enorme pira en el centro del salón. Ardió vivo él y ardió su violín”



Y ésta fue su historia.- Concluyó el violinista. La mujer contenía el llanto a duras penas. – No te preocupes, solo busco inspiración, no soy un fantasma.
Ella cayó al suelo de fría piedra, gimoteando.
Pero yo sí…- Y entre lágrimas, se desvaneció la joven que antaño se enamorase de cierto violinista errante…
Ruger10 de enero de 2008

1 Comentarios

  • Centinela

    Bien escrita, buena historia...

    10/01/08 08:01

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