Malditas tus manos, malditas tus armas y maldito tu corazón sediento de sangre. Dices combatir al malvado para luego convertirte en aquello contra lo que tanto luchas. A mí me robaste la vida, mataste a mis hermanos, a mis hijos, a mi familia. Me hundiste en la miseria y en la ruina.
Yo fui un hombre de bien, que luchó hasta el último momento por dar lo mejor a mis seres queridos. Trabajé duramente para la nobleza, me encargaba de suministrar la comida que el pueblo necesitaba para vivir, pero eso a ti no te importa. Lo único que haces es sesgar las vidas de cualquier sociedad que no comparte tu placer. Te dan igual tanto culpables como inocentes, por eso eres un bárbaro, una sucia bestia que se excita con la violencia. Eres un devorador de hombres que vive engañándose a si mismo, creyendo hacer lo mejor para el mundo cuando en realidad es todo lo contrario. Es la gente despiadada quien merece la muerte, no aquella cuya única meta es la de dar de comer a su familia.
Deberías morir en la horca, apestado bajo una lluvia de fruta podrida, lanzada de las mismas manos inocentes que sangraron al ser cercenadas por tu hacha. No me pregunto qué haces cuando te acuestas, cuando comes, cuando no combates, porque ya lo sé. Disfrutas de los placeres de la vida, del servicio que te dan unas personas ciegas entregadas a tu barbarie; te deleitas en lujosos banquetes interminables, haces el amor con las mujeres que quieres, y vives en un mundo muy diferente del que dejas tras la batalla.
Yo ya no puedo vivir, ni recuperar lo que me has arrebatado. Ahora solo me queda desear que alguien tan despiadado, tan sanguinario y tan cruel como tú, te lo haga pagar con el mismo sufrimiento.