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Inca Garcilaso de la Vega - Parte 2

El inca decidió atacar con cinco mil de sus veinte mil hombres, y de los cuales todos los presentes, milicia y soldados tomaron como misión principal ensartar moros en sus picas. Las toneladas de roca que lanzaron vía trabucos esa mañana alcanzaron para el brillo de cada pieza de metal quitar. La luz pereció a la sombra de tales proyectiles. Una cantidad exorbitante, tanta que tuvo que ordenarse a los mineros de toda Navarra, más conseguir.

El inca Garcilaso, habiéndose hecho con la victoria, hízose del capataz, de su reclute artefacto, inseparable amigo. Consiguió un adiestramiento sin precedentes en el arte de la arquería, al punto que el marqués de Mondéjar, comandante impresionado, hízolo guardia de honor de su corte.

Garcilaso caminaba ya entonces satisfecho por el campamento en cual apostado estaba. La moral alta era, y por doquier se veían soldados entre sí practicando, levantando polvaredas con tierra de un ocre color. Los arbustos de la campiña eran objetivo de las flechas de nuevos reclutas, quienes habíanse sumado en pos de sus tierras defender con galantería.

Mientras seguía paseando por entre la tropa, Garcilaso reflexionaba, como había hecho en sus viajes hacia el continente. Esos parajes de Navarra se trataban de un espacio de una enorme belleza y grandes contrastes.
A causa de su clima suave, los valles de La Alpujarra disfrutaban de fertilidad un importante grado. Por eso mismo, abundaban los naranjos, limoneros, manzanos, higueras, castaños, almendros… y los viñedos. Viñedos que cubrían la lejanía, y eran el orgullo del sur navarro.

El inca podía respirar. Hacía tiempo que las preocupaciones habíanlo dejado de abrumar, ahora que prestando servicio a la casa de su progenitor encontraba la paz. El fraile del campamento a menudo encontrábale para conversar de teología.
Entonces, propúsose escribir. Comenzó con banales poemas y de mera grandeza escritos. Poco sabía el Inca Garcilaso de la Vega, de verdadero nombre Gómez Suárez de Figueroa, que su mano empuñaba la pluma que convertiríalo en la eminencia primera de la futura, desconocida, literatura americana.

El gallardo Lorenzo, curioso, usualmente interrumpíalo para visualizar del inca la obra. Ordenó la construcción de una mesa que tuviera las comodidades necesarias por Garcilaso, así continuara su escritura. Encargole el cuidado de las estrategias militares, por si algo a él le pasaba. De esa manera, Garcilaso, que todavía reflexionaba siempre que podía, conocería el arte de la pluma, en profundidad.

Un día, al alba llegaron corceles madrileños al conjunto de tiendas de campaña. Al parecer, moros galopaban al encuentro, y los campesinos montados habían decidido que lo mejor era acudir a las allí apostadas tropas.
No dudó Garcilaso. Púsose su armadura, y empuñando la pica, llamó al encuentro a toda la tropa. Batalla de aquellas se libró esa mañana, durante cinco enteras horas.

Una vez frente a los moros, a la proximidad debido, el estallido cientos de ballestas españolas dispararse a la vez fue ensordecedor, sino intimidantemente aterrador. Tomó por sorpresa a los atacantes, al capitán moro en especial, que recibió la primera flecha.

Aquel rebelde inmóvil quedó un momento y sacudió luego su cabeza, confundido. Lentamente, sentóse y cayó hacia atrás para morir quietamente. Aprovechando la confusión de los moros al encontrarse sin líder, Garcilaso quitó de un golpe de espada a otro atacante que casi ensartaba al capataz, quien había caído al suelo. La sangre salpicaba de ambos bandos los escudos. El capataz amigo del Inca estaba ya de pie otra vez, y Garcilaso apartóse para dejarle espacio para luchar.

Lentamente, los asaltantes abandonaron la pelea y corrieron a la huida. Sin embargo, todavía quedaban reticentes enemigos y Garcilaso ordenó una carga. Esa mañana, se pudo divisar una cruenta defensa en Navarra. Ya estaban lo suficientemente cerca de la victoria, y las tropas alcanzaron a ver el rostro de Garcilaso, tranquilo y concentrado, absorto en la emoción de la batalla.

De pronto, Lorenzo gritóle algo. El inca quitó la vista de los rostros de sus contrincantes por un segundo y miró hacia abajo. Levantó la mirada justo a tiempo para esquivar la hoja de una espada contraria, saltó a un lado y arrojó su pica. Su adversario contemplóle asombrado, con la hoja de hierro clavada en su pierna. Tocó el filo con algo de estupor. Entonces, cogió la hoja con firmeza y tiró de ella.

Era tarde, Lorenzo, ayudando a Garcilaso, terminó con la vida del herido moro. Al presenciar esto, los restantes combatientes se rindieron, tirando sus armas al suelo amarronado y arenoso, repleto de guijarros ovalados que repiquetearon al recibir con violencia tales instrumentos de batalla. Al terminar la escaramuza, capataz y capitán cruzaron palabra.

-¡Victoria! –exclamó el capataz con una sonrisa en su rostro-. Bravo querido muchacho, vuestra fuerza es digna de un tercio.

Garcilaso agitado, pero aliviado, alzóle un puño cerrado en señal gloriosa.
-Dios ha estado de vuestra parte en esta batalla, Lorenzo –dijo el Inca, apoyando su pica en la tierra, y para recuperar el aliento acuclillándose -. ¿Qué es lo que os sigue?

-Hemos de tomar a los rendidos como prisioneros, y luego reportarnos ante su excelencia el Marqués –replicóle con expresión burlona a su amigo- ¿Es que no tenéis libertad de elegir qué hacer con estos sublevados?

-Respetar al noble Marqués debo –díjole Garcilaso- ya que de lo contrario os castigará de cualquier forma posible el muy desgraciado –finalizó con disgusto.

La realidad que acontecía era inepta. El Marqués no era tan noble como aparentaba. Era ya moneda corriente el rumor que acusaba al mismísimo de corrupción y holgazanería.

De cualquier forma, unos días más tarde, estando en la ciudad durante el descanso que los moros habíanles propiciado con la reciente rendición, Lorenzo le preguntó a Garcilazo, tratando con él en cosas de ingenio y de letras, por qué no probaba en lengua castellana con sonetos y otras artes de trovas usadas por los de Italia buenos autores: y no solamente díjole así livianamente, más aún rogóle que hiciéselo.

Así comenzó el Inca a tentar este de verso género, en el cual hallóle alguna dificultad por ser muy artificioso y tener particularidades muchas diferentes del suyo. Pero fue poco a poco con calor en ello metiéndose.
A tan alta temperatura llegó su interés que a los pocos días decidióse viajar a Italia, reunirse con alguna eminencia en la materia y formarse en los sonetos y artes de trovas. La mejor opción en cuanto a eminencia se tratase, parecía ser el perseguido León Hebreo, escritor de profesión judía.

Hísose el Inca entonces a la mar, llegando a Italia sin complicaciones mayores. Una vez allí, contactó a la escuela italiana de artistas, donde mostráronle obras de León Hebreo, a quien buscaba. Se alojó esa noche en una taberna tranquila, de luces rojizas y oscuras. Tras pagarle un par de monedas al tabernero y comprado una botella de fino vino peninsular, subió a la alquilada habitación.

Se sirvió un vaso. No acostumbraba a beber solo, pero esa noche la luz de una lámpara de aceite iluminaba un vaso que reposaba altivo, revelando los matices rosados de una excelente bebida contra el roble de la mesilla auxiliar. Se sentó frente a ella, acariciando la oscura y áspera madera de su silla, acomodándose para pasar la nocturna en una postura que no le impusiera inconvenientes en el ajetreado día que tendría que sobrellevar una vez salido el sol.

De repente lo cruzó un rayo de inspiración, como a quien se le cae una manzana en la cabeza y descubre alguna ley física. Comenzó a redactar lo que se le ocurría con rapidez, mientras el rasgar de su pluma fuente incrustaba el papel amarillo desarmonizando una melodía dulce y serena que flotaba desde el piso inferior, un laúd probablemente, como a propósito de confundirse con el aroma a jamón que impregnaba el ambiente, producto de la cocina del día anterior. Lo que escribía con tanta premura se convertiría años más tarde en su más famosa obra, titulada Comentarios Reales de los Incas.

En la ventana de su habitación en dicha taberna, había en un pote de terracota unas rosas blancas que traían del jardín de la propiedad. La misma daba paso a un paisaje invadido por la luz de la luna llena: la costa italiana se abría en todo su esplendor, y el aire marino se hacía oler. De fondo, la madera chispeante de un hogar hacía evidente un ambiente tibio y agradable.

La mente del Inca podía funcionar con velocidades arrasadoras durante una conversación sobre política o arte, pero a la hora de pensar en su herencia la blancura invadía cada rincón de su prodigioso cerebro. Asió el vaso y a la vez que le otorgaba un sorbo, escuchó la puerta tras él abrirse con sigilo, haciendo rechinar las bisagras oxidadas, cubiertas de parches de metal. Su ceja derecha se arqueó.

Un gato. Un pequeño felino había abierto la puerta por sí solo, interrumpiendo la noche del, para luego de la interrupción ya no más, inspirado pródigo. Garcilaso colocó la pluma en el tintero y se recostó en la cama que le habían proveído. Esa noche durmió como moro en sus tierras: tranquilo.

Sería en los días y semanas después a esa ajetreada llegada a Italia que se encontraría con los escritos más representativos de León Hebreo, los cuales traduciría al Español, entre ellos los Diálogos de Amor, entre Filón y Sofía, o también El Cortesano Castiglione, narración de un pobre muchacho Siciliano perdido en la campiña.

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El Inca Garcilaso de la Vega, nacido de nombre Gómez Suárez de Figueroa, fallece el 23 de abril de 1616, en paz, junto a la enfermera que lo había acompañado durante sus últimos días en Córdoba, España.

Había previamente comprado la Capilla de las Ánimas en la Catedral de dicha ciudad, y fue su voluntad ser enterrado allí mismo. Sus albaceas grabaron en su lápida:

“El Inca Garcilaso de la Vega, varón insigne, digno de perpetua memoria. Ilustre en sangre. Perito en letras. Valiente en armas. Hijo de Garcilaso de la Vega. De las Casas de los duques de Feria e Infantado y de Elisabeth Palla, hermana de Huayna Capac, último emperador de las Indias. Comentó La Florida. Tradujo a León Hebreo y compuso los Comentarios reales. Vivió en Córdoba con mucha religión. Murió ejemplar: dotó esta capilla. Enterróse en ella. Vinculó sus bienes al sufragio de las ánimas del purgatorio. Son patronos perpetuos los señores Deán y Cabildo de esta santa iglesia. Falleció a 23 de abril de 1616.”

Años y años más tarde, el monarca ibérico, rey Juan Carlos I de España, entregó al gobierno mexicano una urna que contiene una parte de sus cenizas; éstas reposan actualmente en la Catedral del Cusco, hogar de la infancia del ilustre Inca.

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“A los indios, mestizos y criollos de los reinos y provincias del grande y riquísimo imperio del Perú, el Inca Garcilaso de la Vega, su hermano, compatriota y paisano, salud y felicidad.”
Inca Garcilaso de la Vega – Prólogo a la Historia General del Perú, 1617.

FIN
Santiagotomas199730 de enero de 2016

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