Si a la inspiración ya no la invoco,
Ella me evoca a la musa ya conocida.
Aquella que con su nombre Acerca mi pecado.
La que posee inmensos abismos verdes
Los que guiaron mi desgracia, mi ventura.
En su rostro los delineados labios que separan
Mi entereza de la condena eterna.
Continuando con poder susurrarle cada letra
Acariciando el piercing de su oreja.
Aquella con un cuello para gastarlo a besos
Y culminando en sus formas
Las que ponen a mi fidelidad pendiente de un hilo.
Invariable musa,
Creada para coser y descoser el roto de mi alma.