Nobody, El Final de Koninwa
Koninwa es un pueblo que ocupa una pequeña extensión de terreno situada en un valle cercano al cañón del Colorado, en Estados Unidos. Por allí, solo pasea el silencio raras veces interrumpido por algún viento que recuerda a su época de agitación y esplendor. Hay cinco montones de maderas agujereadas a veinte metros de distancia cada uno, todos en línea recta, todos con un presente tan obsoleto como el cartel que anuncia a Koninwa. Un pentágono inacabado en el que solo se puede leer a duras penas: com en el pico más alto, y nin en la unión de los dos vértices inferiores. El amarillo de la tierra y las rocas distribuidas formando un gran círculo, son el fondo donde hace siglos, tenían lugar apoteósicos duelos de los mejores pistoleros.
Si hay un nombre con el que se relacione a Koninwa, ese es Nobody, conocido como No. Allá por el 1880, ya solía sentarse con su revólver en la terraza de su casa. Sombrero ancho, oscuro, con un hueco en lo alto capaz de esconder 40 balas en sus paredes de tela. Tenía unos pequeños ojos capaces de distinguir a cada tipo de hombre. Su oscuro bigote y barba voluminosa le profería un carácter aterrador, tanto que cuenta con tantos cadáveres en sus bolsillos como duelos había protagonizado. Siempre estaba dándole vueltas al enorme lazo de cinco metros que le acompañaba en sus tardes. Sentado en su silla de madera, con su ropaje siempre oscuro y botas marrones de cuero, en el lado derecho de la entrada de su casa, donde podía ver mejor la puerta del saloon.
Nobody solía pasar las noches en el saloon, donde la mujer más hermosa, Leonora, del pueblo bailaba y cantaba. Los vaqueros le silbaban y tiraban piropos, sentados en mesas de poker mientras actuaba. En cambio, él se sentaba solo y permanecía callado. Un maldito día, mientras Leonora, acababa su actuación, Jack Gun, el más temido en el pueblo, subió al escenario botella en mano. Cogió a Leonora y se la llevó a la fuerza sobre un hombro. El pianista siguió tocando y un grupo de bailarinas salió al escenario. Nobody destrozó todas las botellas de whisky y luego fue a rescatar a Leonora. Antes de que llegara Jack al caballo para huir con ella, No pudo dispararle a sombrero y hacer que se detuviera.
Suelta a mi mujer o serás hombre muerto dijo No, seguro de sí mismo.
Ya es hora de pudrirte en el cementerio. Tú lo has querido. Respondió Jack, tras lanzar al suelo a Leonora.
El frío y una parada repentina del viento comunicaba a los ciudadanos que se acercaba el duelo entre los pistoleros más sanguinarios: Nobody y Jack Gun. Tuvo lugar entre el banco y la guarida del Sheriff, cerca del saloon.
La arena olía a anuncio de muerte. Incluso un ave tan espectacular como temido, sobrevolaba a escasos diez metros de altura toda la extensión de Koninwa con ritmo lento, como acostumbraba el buitre leonado.
Una mano en el cinturón y la otra, la diestra, acariciando el revolver, su colt 45, más conocido a lo largo y ancho de las llanuras del lejano Oeste como el pacificador. Cuando una bala entra en el ánima del arma de No, ya no hay vuelta atrás. El ánima es penumbra, párpado cerrado en donde vida y muerte son antítesis ante el veredicto de la sangre: acabar en ninguna parte, o asestar el golpe definitivo que acabara con el latir del adversario. Con la mirada fija haciéndose con la fuerza del tiempo y formando un triángulo mortal entre sus espuelas plateadas y su cintura. Frente a él, a veinte metros, la figura elegante de Jack Gun, con ambas manos sujetando fuerte sus revólveres Colt de la caballería de Estados Unidos, arqueando los brazos y rozando con los pulgares la cartuchera de cuero. Nobody sentía el dolor del mal augurio. Jack guiñó su ojo derecho al tiempo que retumbaba el sonido paralizante de la campana de la iglesia del pueblo.
Un buitre se posó delante del banco. Solo tenía que esperar el disparo que debería de acabar con uno de los dos. Y llegó. Ambos se olvidaron de la causa de su duelo y pasaron a hacer efectiva la consecuencia. La sangre se agolpó en la diestra de Nobody mientras Gun la repartía entre ambas. Estaban inmóviles. Ocurrió lo inesperado. Un disparo, un muerto. Un agujero en la sien y cayó desplomado en el suelo amarillento bañándolo de sangre lentamente. El olor a pólvora y el leve sonido del carroñero avisó a la gente del pueblo. Todos pudieron ver el desenlace. Jack Gun había muerto. Leonora salió corriendo para avisar a su padre, el sheriff Walter. Ella era dulce y no quería un futuro con No. Walter salió de su despacho y miró con cara de odio.
Tendrás que irte, No. Matar a un hombre supone la cárcel, pero más importante es mi hija. Márchate dijo el sheriff nada más salir a la calle con su voz ronca. Expulsó las palabras como si salieran de un enorme cañón retumbando cada sílaba y dejando un rastro de rotundidad tras sus palabras.
Entonces No, se sacudió los restos de pólvora que había coloreado su hombro derecho, enfundó el revolver y caminó despacio con la tranquilidad de haber hecho lo que debía. Miró los ojos marrones de su caballo, colocó las monturas y salió hacia las afueras del pueblo.
Nobody cabalgó veinte millas entre la escasa flora de la llanura. Sabía que las palabras del sheriff suponían un no retorno, que por ayudar a una mujer se había convertido en forastero de su pueblo. Se encontró con un hombre sentado en una roca y tocando la armónica. Era John cara cortada, un fugitivo de la ley. Encendieron una hoguera, cenaron serpiente asada mientras No le contó un plan para acabar con Koninwa. Quería volver a por Leonora.
En la iglesia del pueblo había un almacén debajo de los bancos de asientos con pólvora como para hacer volar el pueblo. Tenían que encontrar caballos y dinamita para hacerla explotar junto a la que ya había allí. Cara cortada sabía donde encontrarla, a media milla de donde estaban sentados. Él había sido minero y conocía la zona mejor que nadie. Solo tenían que acabar con diez hombres que lo custodiaban día y noche. Así lo hicieron, aprovecharon la poca luz que había al acabar la cena. Mataron a ocho y aprisionaron a los otros dos. Les amarraron las manos e hicieron que guiaran a los caballos cargados con los explosivos. Una vez llegado al último escondite antes de Koninwa, les obligaron a amarrar los caballos cerca de la iglesia y luego huir. El cura vio dos hombres correr y gritó al sheriff para que saliera. El sheriff salió y vio a Nobody acompañado de otro. Avisó a sus ayudantes, y antes de que pudiera volar por los aires la iglesia y el pueblo entero, ya estaba Walter y su cuadrilla listos para acabar con ellos.
Diez contra dos. Todos escondidos fueron gastando balas. La gente cerraba las ventanas y puertas. La puntería haría el resto. Nobody acabó con una herida en el brazo izquierdo, pero John cara cortada murió. Hubo un duelo a muerte entre el sheriff Walter y No, en el que venció el forastero, No. Fue a por Leonora, la convenció para que huyeran juntos y tuvieran un futuro feliz lejos de allí. Se montaron cada uno en un caballo. Pero a No, le faltaba algo que terminar antes de irse. Disparó al montón de explosivos y dejó Koninwa, como está ahora, un siglo después. Derruída.
Leonora y Nobodoy cabalgaron hasta perderse en el horizonte, con la promesa de abandonar aquella vida de jugarse la vida en cada instante, criar ganado y crear una familia lejos del salvaje Oeste.