Quienes se apiadan de la poesía para enjaularla entre sus pupilas; quienes se hacen ricos de creatividad y mueren de tristeza; los que llevan las plumas en sus sombreros y divagan con el oro cegador.
Son ellos los más comunes, los apreciables sorprendidos y los mismos que lloran por las noches. Celosos de su torpeza, se creen lectores burgueses con capacidad de criticar todo, sin embargo, nunca salen a gastar sus riquezas robadas.