Me quedé asombrada al mirar por la ventana, aquella silueta se imponía majestuosa ante las demás montañas. La niebla había cubierto todo lo que alcanzaba a ver mi vista, y sin embargo, aquella elevación de tierra seguía tan verde como siempre. Sus árboles se mecían y bailaban al son de la música del viento. Mientras yo, me preguntaba que la hacía tan especial, sin poder retirar mi mirada. Como si de un suspiro se tratara, me pareció ver una relámpago traslucido correr entre la vegetación, pero no era posible, mi mente se estaba riendo de mí. Aun así, me quedé observando un rato más, sin saber muy bien por qué lo hacía, y a los pocos segundos volví a percibir el mismo movimiento pero varios metros por debajo y al otro lado del gran montículo. Lo gracioso es que recuerdo aquel día como si lo hubiera vivido esta misma mañana, no obstante, en aquel instante tenía diecisiete años y han pasado ya más de cinco décadas de aquello.
Es cierto que aquel día, me parecieron alucinaciones de una cría que se aburría mucho, ahora sé que la leyenda de mi pueblo era totalmente cierta. No hubo duda cuando el jefe de la tribu murió y ante la gran sorpresa de todos los que habíamos acudido a su funeral, vimos en su tumba a un gran lobo blanco, sus ojos estaban llenos de la sabiduría de nuestros ancestros. Antes de que pudiéramos decir o hacer nada, el animal abrió la boca y absorbió el alma de nuestro patriarca. ¿Qué por qué os cuento esto? Porque mi vida llega a su fin, y al contrario de lo que esperaba, no le tengo miedo a la muerte, pues no moriré, sino que seré una parte más de aquel lobo, al que llamamos el protector de la montaña.
