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El Viejo Tronco

Seguía erguido en el centro del jardín. Aquel seco árbol ya no tenía hojas en sus ramas, solo le quedaba su corteza, pareciendo un esqueleto alzado, una visión triste y desolada que se agudizaba con la luz de la luna, creando una silueta tenebrosa, casi maligna. Pero ¿qué se esperaba de un árbol centenario? Aunque de manera lenta y casi insignificante, aquel anciano vegetal seguía absorbiendo nutrientes del suelo y siendo testigo de los sucesos que ocurrían a su alrededor. Aquella noche no fue distinta, disfrutaba seguro de haber vivido una larga y feliz vida, de la brisa del viento, de las cosquillas producidas por las hormigas… No le dio tiempo a observar más, pues un rayo lo partió por la mitad y destruyó las raíces que lo unían a la vida. Ya no parecía un árbol muerto, ahora lo estaba de verdad, y en ese momento la tierra perdió un gran amigo, un gran maestro, y por ello, lloró. Pero el viejo tronco nunca supo que esas lágrimas eran por su partida.
Sonia9318 de febrero de 2016

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