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La Chica Del Cincuenta y Uno.

Y ella hablaba y, mientras tanto yo pensaba que qué suerte la mía haber coincidido en este autobús. “Vas a conseguir que, por primera vez, el viaje importe más que el destino”-pensaba en decirle. Pero no, nunca se me habían dado demasiado bien las palabras así que mejor dejar que ella continuase hablando. Qué maravillosa coincidencia, qué amable casualidad estar sentado a tu lado mientras tú te dejabas escuchar.

“No creo en el destino”- me repetí tajantemente de la misma forma que un ateo no cree pero quiere creer. Pero qué bonito es estar sentado a tu lado mientras yo me dejo hablar. Quiero creer que el destino, que nos tenía un poco descuidados jugando en otros campos de batalla, ha pensado probar suerte con aquellos dos chicos que siempre viajaban solos en autobús. Pero qué mierda, en realidad ella solo habla de lo bien que le va la vida y de formalidades varias de las que dos extraños se ven forzados a hablar en este tipo de situaciones. Y yo, pobre iluso, pensando en no volver a atravesar solo la ciudad. Pensando en no volver a contemplar a través del vaho del cristal los edificios mientras los dejo atrás, pensando en solo dedicarme a contemplar como hablas, como te dejas escuchar.

-¿Me estás atendiendo? -musitas- ¡Parece que estás en otro mundo!- refunfuñas.

¿Cómo decirle que sí, que en realidad lo que me pasaba es que le prestaba excesiva atención? Sabía que eso era un problema, que ella era mí problema en particular y nunca lo debía ni siquiera sospechar. ¿Cómo decirle que no dejaba de escucharla, sobre todo cuando permanecía en silencio, callando? Que me encantaba lo que tenía que decir, pero principalmente lo que me ponía la piel de gallina era escucharle con los labios, hablarle con los ojos y mirarle, especialmente mirarle…

Pero nosotros éramos simplemente dos extraños y el pasado, nuestro pasado, no era garantía de ningún futuro. Estas fueron las cosas que aprendí cuando te bajaste del autobús y a mí todavía me quedaban un par de paradas. Me dijiste “me alegro de haber vuelto a verte” y te dejaste engullir por el trasiego de la Gran Vía de vuelta a esa vida tan maravillosa de la cual me habías hablado mientras yo te quería con la mirada. Los pasajeros se fueron bajando y ahí nos quedamos, mirándonos y compadeciéndonos mutuamente, un pobre mendigo y yo. Definitivamente, el destino no existe, al menos para aquellas personas que viajaban en el 51.
Soniasalvadorc15 de marzo de 2015

1 Recomendaciones

1 Comentarios

  • Apurimak

    Me encanto tu texto!!Creo que muchos han pasado algo similar.
    La manera que propones de lo circunstancial con la profundidad de un amor antiguo, que se irá en la línea 51!

    04/10/15 02:10

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