Todo fue orquestado como si un dios fuera el guía del silencio de las bombas. La confianza no nace a los tres meses de mandato, y mucho menos cuando se vive entre la espada y el botón que aniquila el Planeta.
La ira no es una actitud, sino el desconcierto, la venganza, el juego sucio en el que se revuelca la justicia. Razonamos pero las bombas reclaman seleccionar los objetivos.

No genera un dolor visceral la muerte de las culturas milenarias, las cabezas como trofeo, las manos de un niño como gloria de la muerte más sórdida. Aquí, la mano del poderoso no señala el camino para frenar la convulsa situación en las arenas del desierto: señalan hacia ese espacio vital, donde los intereses han marcado el objetivo.

Un premio nobel de la paz, que discursea alejado del apoyo de unos y de otros, que trata de moverse en el tablero de las caridades, que troncha la verdad y navega entre águilas, que ven desde lo alto.

Creemos que un solo hombre puede, y nos equivocamos, porque sólo representa el escenario corporal, la imagen, el elegido moviéndose al compás de una guerra tras otra. Nada semejante se ha visto. Estamos donde quieren que estemos e incluso pudieran acabar con todos los sueños de la historia creando ríos de sangre. Estamos y estaremos.

Mentir es el arte de señalar hacia otro lado, cuando a nuestros pies reposan los muertos necesarios para que la bolsa suba y se enriquezcan los nuevos esclavistas del Planeta.

La Paz ha sido violada.

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