El tiempo pasa lento en la derruida oficina de correo, de a ratos los espaciados sonidos del llamador de números interrumpen el letargo, una larga hilera de gente espera ser atendida mientras entran y salen con sus pequeñas llaves los dueños de las casillas postales.
Una voz ronca y seca interrumpe el silencio.
-¿Informes?- pregunta un anciano a un policía que pierde su mirada y su tiempo en la pantalla del celular.
-No hay informes, qué necesita.
-Quiero mandar una guitarra a Río Turbio- contesta el octogenario, alzando aún más su voz.
El policía lo mira por primera vez y una sonrisa se dibuja en su rostro, parece alegrarlo que su ocio haya sido interrumpido por algo que se convertirá en anécdota.
-Río Turbio, Santa Cruz- continúa el hombre ante la impavidez del oficial.
-Pasé por la caja uno y pregúntele a las chicas.
Camina el hombre los diez metros que lo separan del mostrador a paso lento pero sostenido, está cada vez más cerca de las chicas, un grupo de libremente uniformadas empleadas del correo abocadas al mate y los bizcochos con alto contenido de grasas trans.
-Quiero mandar una guitarra a Río Turbio, Santa Cruz- grita el hombre mucho antes de llegar al mostrador, como si quisiera ahorrar tiempo.
La empleada se acerca al vidrio que la separa del buen hombre y se estira hasta dejar su boca cerca del agujero circular calado en el divisor.
-¿Es grande la guitarra?
-Es una guitarra- responde mientras con sus manos intenta dibujar en el aire la forma de una guitarra.
-¿Una guitarra criolla?- insiste la empleada con ínfulas de Luthier.
-Es una guitarra común señorita.
Otro empleado, aparentemente encargado de cebar el mate, se acerca desde atrás, aparta a su compañera y se pone al frente de la situación con la seguridad que destilan los que saben lo que están haciendo.
-¿Y cuánto mide la guitarra
- lanza orgulloso de su lucidez
en la parte más larga?
El hombre claramente falto de paciencia comienza a ponerse nervioso.
- No sé, algo así- nuevamente se hacen presentes las piruetas intentando dibujar en el aire el contorno del instrumento. Su mano recorre el diapasón y la curva en busca de una descripción que deje tranquilos a los empleados que parecen nunca haber visto una.
-¿Y en la parte más ancha?- interrumpe la primer empleada sin dejar al anciano terminar su dibujo aéreo.
No del todo conformes con la descripción, los empleados recomiendan al hombre proteger la guitarra para el envío.
-Envuélvala en papel madera abuelo.
El hombre parece más tranquilo, finalmente llegó al punto donde se habla del envío y no de la guitarra.
Quizás la senilidad o la mala suerte reclamaron su parte cuando el anciano decide repreguntar.
-¿El estuche?
Los empleados dan vuelta la cara y dejan caer los bizcochos en la mesa como si hubieran acabado de oír algo tan terrible como ser que la empresa iba a privatizarse.
-¡¿Tiene estuche?!- preguntan sobresaltados los dos empleados públicos al unísono.
El hombre baja la mirada resignado, se da vuelta y camina apesadumbrado hacia la puerta, antes de llegar a la salida del local se detiene frente al policía que lo había recibido.
-Dígame Oficial, alguna empresa de micros que venda pasajes para Río Turbio Santa Cruz, por acá conoce Ud.
-Vaya a la estación de Once y pregunte en informes- contesta sin sacar la vista del Tetris.
El anciano continúa hacia la puerta, en el mostrador los empleados comparten bizcochos y chismes mientras el policía festeja un nuevo récord.
El numerador muestra mi turno, cierro mi libro de notas y me dirijo a la caja cuatro.