Traviesos conejos revestidos en fina seda recorren, despreocupados, campos de azúcar inflado que la lluvia ha coloreado.
Cebúes daltónicos confunden finas hierbas sobre colchón de hojas verdes, con yuyos silvestres de propiedades alucinógenas.
Aquí y allí, la más lujuriosa fauna del universo practica un hedonismo digno de los príncipes renacentistas, orgías dan paso a duelos necios que nutrirán con sangre de perdedor ponches deliciosos.
Naves de cristal besan las costas bañadas por elíxires, mientras de ellas desciende lo peor que el arca de noé de la perdición puede entregar.
Se arrastran babosas las serpientes que bien saben que arrastrándose se puede llegar muy alto, arriba en los árboles donde los dignos cuadrúpedos ni pueden imaginar estar. Hacia el Este, alto en los acantilados, aspiran el polen de la perdición nihilica, presas de la desviación moral del ateísmo, cebras que adoran dioses paganos.
Protegido por la sombra de la ignorancia, un chimpancé facineroso tiene entre sus manos un cartel que ha encontrado perdido en la selva de repollitos de brusela, en él se lee:
Es la naturaleza de las cosas infinitamente inferior que la naturaleza de la naturaleza. Amén.
