El suceso ha sido extraordinario. Recuerdo aquella imagen que se paseó por todas las portadas de los periódicos años atrás. Aquella niña de cinco años con ojos de diferente color, cubierta de polvo, rasguños y quemaduras, saliendo de entre las llamas que habían sido su casa y sosteniendo entre sus brazos una muñeca de trapo completamente intacta. Y recuerdo también una noticia en la que se relataba cómo aquella niña besó su muñeca y la guardó entre su abrigo, donde la había resguardado del fuego hasta que logró salir de allí. Y, ahora, veintiseis años más tarde, la televisión no muestra una niña, sino una mujer joven, cubierta de polvo, rasguños y quemaduras, dejando atrás las ruinas incendiadas de su casa con un bebé y una muñeca de trapo entre los brazos, ambos completamente intactos. Las noticias relatan cómo la mujer, de ojos de diferente color, besó a su hija y a la sonriente muñeca y las arropó de nuevo con el abrigo que las había protegido del fuego y el humo.

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