Hace apenas unos minutos, mi hijo me pedía de comer. Tenía hambre. Le acompañe al pequeño huerto que tenemos detrás de nuestra humilde casa. Hacía mucho calor, tanto que el mundo parecía un gran calefactor, y nosotros las pequeñas chispas que sembraban el calor a... ¿quiénes?.
Carlos me despertó de mis pensamientos tomándome de la mano y acercándome hasta la tomatera. No entendía por qué lo hacía, en realidad todos los tomates estaban verdes y hasta la próxima luna no madurarían. Cuando miré detenidamente a la planta lo vi. Allí estaba, colgando risueño entre las ramas, un pequeño tomatito rojo que se ocultaba entre los demás. Lo cojí y se lo di con cariño a Carlos, que lo degustó como nunca.
Nunca hay que fiarse del exterior, uno debe arrimarse lo suficiente para observar el interior y es entonces cuando se puede decidir. 19-08-14