Nada como bailar bajo la amenaza de la lluvia y sobre el filo de un cuchillo oxidado. Eso es, para que mi sangre pase a ser un tóxico veneno y pueda decir que la revolución corre por mis venas.
Si me desnudo, me siento encarcelada entre celdas de ojos que no me ven; si no me peino, me siento acosada por ojos que denontan desprecio; y si me pongo tacones, me siento perseguida por ojos avariciosos e impulsivos. Y yo que creía que la libertad era poder quitarte la ropa para promover la igualdad mientras tu cabello ondea al viento junto a una bandera con un tacón tachado; tal vez soy demasiado hippie (pero ha vuelto esa moda a los grande almacenes, ¿no?).
Me alimento de las risas que chocan contra mi espalda, que ha pasado de ser escudo a ser enchufe. Siento que engrandezco con cada crítica como si fuera una rama más del árbol de mi personalidad; que por supuesto dará sus frutos cuando llegue la primavera. No tengo miedo a ser yo ni a defender mis ideas, aunque me tachen de soberbia y protestona; prefiero ser eso a otro muelle con cabeza que el resto golpea en la dirección que les interesa.
No soy hija del pecado, soy un pecado en mí misma. Algo así como la manzana que a Adán no le dió tiempo a morder y que, aunque parezca que nunca pudo llegar a fructificar, hace tiempó que maduró. Y me río en la cara de los que dicen "madurar es de frutas", es una excusa demasiado pobre para justificar que no están al nivel.
Puedo ser muchas cosas, lo que quieras que sea; pero elijo ser lo que quiero ser. Porque me da a mí la gana. Soy un contraste estatura-personalidad; podrás imaginarte cual presenta gráficos más elevados.
Y ahora, me rindo en el juego de rendirme. El próximo tendrá que correr para alcanzarme, caer conmigo para tirarme, destruir el mundo para agotarme y matarme para someterme.
19-05-16
Gran texto, espero que lo apliques a tu vida, que no sea, mera conjetura.
Pol.