Irreductibles pavesas de aquellos polvos
aún se deslizan pendiente abajo
para perseguir la estela de una locura
que al norte apuntó de un giro endemoniado,
sin boceto ni esquema, sin controles ni atajo.
No llovían primaveras en verano
ni las hojas caían cuando el sol,
despistado, se asomaba desde el norte
al balcón del desamparo, a la azotea
donde duerme la noche cuando es de noche.
Los destellos plateados de aquel mar de insectos
se disfrazaban de corazones de humo
que atravesaban charcos con garras blancas
para deshacer las defensas de la vieja fortaleza
compartiendo halagos y brillantes esferas aladas.