A tu espíritu de río montaraz,
de mañana luminosa,
de recuerdo indeleble y guarecido,
de sonrisa inalterable de juglar
acometo sin decoro
y con alas en los pies,
con mis ángeles gallardos, mis demonios,
y mi mala educación,
pues tu cuerpo solamente
sin tu esencia, sin tu sed, sin tu semilla,
sin las ánforas que guardan
tu agua fresca,
sin el viento huracanado que te puebla
cuando hacemos el amor,
sin la pena que te sube de repente
cuando hilvano mi partida
sin mostrarte motivo ni pasión,
tu cuerpo como antorcha en movimiento
que me aspira,
me incinera y me encandila,
tu cuerpo de abrevadero,
de exploración,
de agua marina,
tu cuerpo solitario
como un vaso que está a punto de caer,
anhelante,
deseable,
tu cuerpo como un cuadro sin pintar,
con sus pechos, con su espalda,
con su sal, sus pulmones,
su vejiga
se me queda tiritando,
se me ovilla familiar,
acorazado,
implantado con valor en mis pupilas,
como una tempestad,
como un sol de bienvenida,
como un ruego
decisivo o tangencial,
inalterado,
enlazado en mi médula espinal,
en mis diatribas,
pero lejos de mis íntimas miserias,
pero adentro de mis grises pesadumbres,
pero afuera del proyecto
de mi vida.

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