Aunque traigo cicatrices en la cara, torva expresión
y una inmunda actitud de sanguijuela,
no soy el asesino,
no he venido esta noche por tus huesos
ni pretendo el sabor de tus arterias.
Escápate de mí, de mi cuchillo
cuyo filo no busca tu garganta,
pero aterra con su punta y con su brillo.
Quítate de encima esa manzana
si a tu rostro no le apunta mi ballesta.
Y aunque me veas tirano y malnacido
déjate caer
en la tentación de amamantarme,
porque puedo ser tu vástago,
amante y redentor
al mismo tiempo
pero nunca tu asesino.
Mis palabras como hierros en la fragua,
mi cuerpo
por los truenos de la noche contorneado,
y mi sexo
como un volcán encendido,
soy siniestro, lo sé,
como un demonio inmolado
en una alcantarilla,
mas no pretendo
devorar tus armaduras
ni encontrarme cara a cara
con el terror que dibujo en tus tobillos.
Te quiero a ti, de cuerpo entero,
rasgar tus vestiduras, por supuesto,
acostarte en el altar de sacrificios,
observar como suplican tus latidos,
liberarte
y esperar que en un gesto irracional,
salvaje,
y sin sentido,
me hagas el amor desenfrenada,
hasta que caigamos los dos
desfallecidos.