Despertó X entre sudores fríos. Sus grotescos sueños de inmundicia, donde el devenir humano se veía subyugado por la ambición de los hombres, se había precipitado sobre su estado de ánimo. Diecisiete minutos y dos segundos más tarde, permanecía catatónico. Abrió los labios para suspirar pero se contuvo. Sus ojos miraban con intensidad analítica a la nada en su extensión periférica. Sus músculos permanecían rígidos. Su oido escuchaba las palabras de los mismísimos mudos de la región. Un ruido al otro lado de la habitación. Pensó X: "¿Quién será? ¿Vendrá a por mí? ¿Tengo alguna posibilidad de sobrevivir?" Todas estas preguntas circulaban en intérvalos irregulares de tiempo dentro de su cabeza. Estaba convencido de que un horror más terrible que la inevitable muerte iba a llevárselo a una realidad donde el dolor era el nuevo orden mundial. Tic, tac...tic, tac. Las manecillas del reloj provocaban lo que para la sensibilidad de X era el sonido de mil bombas impactando contra el suelo de Hiroshimas metafóricos. Una gota de sudor, suicida, saltó desde su frente al zapato de su pié izquierdo. La puerta de la habitación, de pronto, se abrió y ¡qué malas nuevas traía!

TranshumanteSeguir Autor Recomendar Texto Agregar a Favoritos