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El Tiempo Apremia

“El tiempo apremia, las palabras se me acumulan, los sentimientos me golpean el interior, y recorren mi cuerpo frágil, débil, pálido… ya no me quedan casi fuerzas, y mis manos tiemblan cada vez más al intentar sostener el lápiz que me permite seguir unido a ti, a través de estas palabras, que no sé si algún día llegarás a contemplar con esos ojos, que en tantas ocasiones me han atravesado el corazón, y con el temor, más intenso aún, de pensar que estas líneas, llenas de calor, dejen un frío intenso en mi interior, tan helador que pueda dejar estas palabras congeladas en el aire invernal que nos ha rodeado durante el tiempo que ha durado esta historia de amor.
Nunca antes había sentido algo así, y ya sé que parece un tópico, y que no es, para nada, original, pero tampoco yo tengo mucha experiencia en esto que llaman… ¿amor? Me parece increíble poder pronunciar esta palabra, ya que siempre me he considerado un tipo con el corazón de hielo, o al menos, eso dicen de mí. Pero este invierno a tu lado, me ha transformado, a decir verdad, has sido tú, literalmente, la que me ha convertido en lo que soy, en lo que he llegado a ser todos estos meses. Me has regalado el mejor de los inviernos, creéme, todo ha sido por ti. Nunca me ha gustado el calor, me agota, me cambia la forma de ser. Prefiero el invierno, con ese frío que todo lo recorre y que viste de azul la ciudad. Tus manos eran frías, lo recuerdo bien, pero las mías lo eran aún más. Siempre recordaré tus manos como la primera caricia que me hizo estremecer. Las bajas temperaturas tampoco parecían frenarte a ti, que siempre venias sonriendo hacia mí, con la nariz roja por el frío y ese gorro cubriendo tu pelo que dejaba en el aire un suave olor a lavanda y que nunca podré olvidar, aunque en mi estado, empiezo ya a ver todo un poco borroso, y los recuerdos comienzan a mezclarse en mi cabeza, pero el olor de tu pelo, el tacto de tus manos, y la sonrisa de tu cara mirándome, no los olvidaré nunca.
Soy poco hablador, como te habrás dado cuenta, y ahora me arrepiento de no haberte dicho todo esto antes, porque me da miedo que el tiempo que me queda sea más rápido que yo, y todo se quede en papel mojado….¡Tengo tantas cosas que decirte! Pero ya no hay nada que hacer, y sí mucho que escribir…
¿Te acordarás de mí en alguna ocasión? ¿Pensarás en mí? Yo lo haré siempre.
Creo que nunca te dije mi nombre, yo el tuyo sí lo sé, porque he oído muchos días cómo te llamaban tus amigas, cuando tú permanecías a mi lado y ellas te reclamaban para volver a casa, pero tú parecía que nunca querías marcharte, nunca tenías prisa, ni frío. Sólo sonreías, y me mirabas, y me colocabas la bufanda de forma correcta, y peinabas mi pelo alborotado…siempre he sido un desastre para esos detalles. Luego te ibas, sin dejar de mirar atrás, y me regalabas la última sonrisa del día que para mí era la nana más dulce que nadie antes me había dedicado. Yo me dormía con el recuerdo de tu risa en mis oídos y con las caricias de tus manos en mi cara, y cuando te alejabas, empezaba a sentir frío, me quedaba helado con tu ausencia y permanecía toda la noche inmóvil, pensando en ti.
¡Qué rápido ha pasado este invierno! Me parece que fue ayer cuando llegué a esta ciudad desconocida, buscando un lugar en este mundo, en el que desde hace tiempo me encuentro perdido. No sé si fue el azar o la suerte, lo que me indicó que esta ciudad parecía agradable para empezar una nueva vida, y acerté de pleno. Lástima que no fuera consciente de que en realidad, mi vida ya sería muy corta, lo que dura un frío invierno. Pero eso nunca te lo dije, aunque tal vez tú lo supieras…creo que nunca hablamos de este tema, pero en el fondo, los dos éramos conscientes de que había que vivir el momento, porque más allá del frío, no llegaríamos a ver brillar el sol de la primavera cogidos de la mano. Ya te he dicho que soy un tipo de pocas palabras, pero hay detalles que es mejor no decir cuando el amor inunda el momento. La vida no es eterna para nadie, aunque yo a tu lado, hubiera vivido eternamente, te lo aseguro.
¿Pensarás en mi? Es algo que me atormenta en estos últimos días, ¿volverás a este lugar algún día, a nuestro lugar de encuentro? Me gustaría pensar que sí lo harás, y que algo de mi se queda contigo… yo me llevo mucho de ti, me llevo la vida.
Te quiero. Creo que es lo último que podré escribir, ya que un calor extraño me recorre el cuerpo y poco a poco algo se va desintegrando en mi interior.

Nuestro amor siempre ha sido difícil, tan complicado que sólo he tenido el valor de confesártelo cuando sé que estoy a punto de marcharme y sólo me queda el tiempo justo de dedicarte estas últimas letras, y con el pulso temblándome por la impaciencia de no saber si tendré el tiempo suficiente para terminar esta carta.

Siento que ya no puedo continuar, empiezo a notar que me desvanezco, el alma se me escurre gota a gota, tus caricias resbalan por mi cuerpo, y mis besos se evaporan en este cielo que ha sido nuestro cobijo. No tengo fuerzas para sujetar el lápiz que acaba de caer de mis dedos y avanza rodando por el suelo…”

El sol brillaba con fuerza por fin. Después del frío invierno que habíamos sufrido, se agradecían aquellos rayos de sol que parecían querer llenarlo todo. Hoy no me puse el gorro. Ya no hacía tanto frío. Salí corriendo de casa, como todos los días durante este invierno que había sido “especial”, y me dirigí al parque por el que pasaba para ir a la Universidad. Tenía una cita, como todas las mañanas, con alguien muy especial. Pero esta mañana soleada sentí más frío que cualquier mañana del reciente invierno. Cuando llegué, él no estaba en el lugar de siempre, y el corazón me dio un vuelco. Me quedé paralizada, él siempre estaba allí antes que yo… Me acerqué lentamente al punto exacto donde tantas veces le había colocado su bufanda, donde le recogía aquellos botones caprichosos que siempre se empeñaban en caer al suelo…pero sólo había una gran charco de agua, un papel mojado y un lápiz, mi lápiz, el que yo utilizaba para marcar su pelo y que lo dejaba siempre en uno de los bolsillo que había modelado en su cuerpo regordete. Cogí el papel y pude leer la única carta de amor que me han escrito en la vida. Una carta que quemaba como el hielo. Cuando terminé de leerla, estaba temblando de frío, un frío intenso que me heló el corazón. No pude reprimir una lágrima que resbaló por mi mejilla cayendo al suelo, junto al pequeño charco que quedaba de mi gran amor
¿Qué si me acuerdo de él? ¡Todos los días! ¿Cómo iba a olvidar al muñeco de nieve más romántico que jamás he conocido?
Desde entonces, todo los inviernos hago un muñeco de nieve que intento sea lo más parecido a él, en el mismo lugar, con todos los detalles iguales: año tras año guardo los mismos botones, la misma bufanda,…pero él nunca regresó… se fue para siempre, y a mí me dejó el calor del invierno grabado en mi corazón y una bonita carta de amor que, he de confesaros, todavía leo muy a menudo, en especial, en los fríos días de invierno, cuando empiezan a caer los primeros copos de nieve.
Uca14 de febrero de 2008

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