Luego, sonrió de nuevo. Yo le miré a través de la nube que había en mis ojos, doloridos de tanto llorar. Un charquito de lágrimas reposaba sobre su hombro, recordándome que hace unos segundos, o minutos no recuerdo cuánto tiempo fue, yo había estado allí, abrazada a él, con mis mejillas cerca de las suyas, con mis sentimientos a flor de piel, con esa unión especial que produce la pérdida de un ser querido para los dos. No podía evitar mirar su hombro. ¿Cuántas lágrimas hacen falta para que este dolor desaparezca? No podía decir nada, creo que mi cara lo decía todo. Nos miramos por última vez, sabiendo que los dos sentíamos la misma rabia contenida, la misma sensación de vacío , creo que hasta el latido de mi corazón producía eco en mi interior. Su sonrisa se transformó en una expresión imposible de describir con palabras, a excepción de la frase: lágrimas asomándose tímidamente a sus ojos vacíos. La gente se acercaba a él, para abrazarle y darle la mano Me fui alejando, la miré a ella por última vez, fugazmente, no quería recordarla así, y me encaminé al exterior. Antes de salir de la Iglesia, le miré a él por última vez, y con mi mirada le grité: ¡Cuídate!
Mi charquito de lágrimas seguía sobre su hombro.