Frente al espejo se escuchó un nombre y era mi propia voz. Los ojos negros como el carbón ahora me observaban con detenimiento, se habían enfriado de un tirón, un abrir y cerrar de ojos, deformando mi propia imagen.
Aquella sonrisa era mas que odio, escondía un dolor detrás de aquella negritud, aquel corazón se había deformado por un solo nombre y mis manos ya no tenían dedos.
Era el demonio disfrazado de mi Yo, pidiéndome clemencia y a la vez encantandome con mi propia voz... que vuelva, que el iba a volver... que...
Di un paso atrás y me asusté.
¡por favor, no vuelvas a mi!