Dormitan los sueños acaecidos antaño
en las entrañas del desalmado soliloquio,
las cavernas húmedas de lo indefinido
congregan sin querer los gregarios impulsos
del deseo desatado y la pasión dormida.
Regurgitan las amapolas pistilos de rubí
por la tenue caricia de la desolación interna,
quizá aplacada por vestigios del pasado,
plañir de estrofas condenadas al silencio,
murmurar de cantos de sirena al viento.
La soledad mece las ramas en su desnudez,
el sauce llorón queda expuesto al invierno,
ocupado por unos pocos gorriones infelices
que oyen silbar melodías venidas del norte
envueltas en fríos versos de poeta moribundo.
Se escribió el poema para balancearse en el mar
y la barca del amor zozobró en su calma,
el náufrago sólo viste los harapos del desdén,
se sirve de flagelos para no caer al fondo
donde le espera abierta la madreperla negra.
Las sombras del abismo esconden calaveras,
marfil agónico que escudriñan vacías cuencas
que nos trepanan de dentro a fuera sin saberlo,
indultando el dolor del corazón atormentado,
perdido en la búsqueda de la caricia ajena.
Se sofocan las penas de amores desengañados
en el tugurio de la barra del bar del desencuentro,
donde van a morir las esperanzas que nunca fueron,
donde rompen las olas salinas en los escollos olvidados,
esos que destilan efluvios de herrumbre, algas y salitre.
El cielo castiga sin piedad las alas de la gaviota
en un viaje que la lleva a un lugar perdido e indefinido.
a un paraje envuelto en bruma y habitado por la nada,
en el que se ha de convertir en vestigio de lo que fue,
volviendo a la oscuridad de la tierra que la vio nacer.
