Regresó larga y esbelta. Como las otras. Una flaca común y silvestre que no tenía por donde ser asaltada.
¿Dónde estaba aquella curva doble al final del espinazo donde podía enterrar sus dedos y apretar y apretar en un masaje hipnotizante de gato de casa hasta que la piel se tornaba rubicunda y caliente?
La dejó con una sonrisa congelada en el rostro cuando le cerró la puerta.
Esa no era su gorda.
Fin.
Me ha gustado mucho. Quizá ayude a alguna jovencita que pretende que para ser hermosa tiene que usar una talla 34. Cada cuerpo y cada estructura es tal y como la sacó la Naturaleza y a ella no se le puede enmendar la plana. Que lo aprendan los diseñadores o más bien los dictadores de la moda