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Malvados Ojos Azules



Lo habían desafiado, junto al resto de sus amigos, a entrar en la mansión de la esquina. Tomás, de apenas siete años, era un chico que pasaba desapercibido salvo por un detalle, sus grandes ojos azules. Las amigas de su abuela nunca habían desaprovechado una oportunidad para recordarle el color de ellos, un halago que comenzó a convertirse en una tediosa rutina.

Eran las doce de la noche y se había escabullido de su hogar para llegar a la mansión. No era tan grande como la solían describir en las leyendas urbanas de los demás niños pero eso era una de las ventajas de ser pequeño, todo era una maravilla monumental.

Fue el último en pasar por la derruida puerta, siendo el niño número siete.

En un cuadro grotesco, un hombre colgado del cuello por una soga lo miraba con una mórbida sonrisa. Al parpadear por el asombro, el hombre desapareció dejando lugar a su reflejo en el espejo junto al de los demás. El resto de los niños no dio indicio de haber visto lo mismo que él pero sí olieron con repugnancia, el olor a excremento que desprendía Tomás.

Avergonzado y aterrado, Tomás corrió a su casa sin decir una palabra. Aquella noche no pudo dormir. La imagen de aquellos ojos desorbitados del hombre no se le apartaban de la mente, como si lo observada en la oscuridad con aquellos familiares ojos azules.
Wolfy04 de septiembre de 2015

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