Sentado en la butaca, frente al viejo televisor, solo en su mugriento apartamento, pequeño, sucio, incómodo. El olor putrefacto de la basura que hacía días debía haber sido tirada le acompañaba. Algunas cucarachas correteaban juguetonas por el suelo de la cocina. Nada de esto parecía importarle. Nada de esto parecía molestarle.
Ocho horas había trabajado ese día, ocho horas atornillando a ritmo constante. Ocho horas en la cadena de montaje. Ocho horas siendo un miembro productivo, pero ineficiente y prescindible de la sociedad.
Sentado en la butaca, frente al viejo televisor, con una hamburguesa entre sus manos. El sudor acumulándose en su frente mientras su corazón se esforzaba por seguir latiendo, respirando con dificultad por culpa de su incipiente sobrepeso, su obesidad. Abrió la boca. Una colección de dientes amarillentos y caries aparecieron. El hedor de su aliento inundó la ya cargada atmosfera. Con gula y deseo pegó un mordisco en la hamburguesa. Otro le sucedió al que siguió otro.
Una sonrisa bobalicona se dibujó en su cara. Parecía feliz. Era feliz. Su trabajo era una mierda, su casa un vertedero, vivía en la inmundicia y con recelo sentía que encajaba muy bien allí… pero en esos momentos era extrañamente feliz.
Este microrrelato lo ilustré, si os apetece podeis ver la ilustración en:
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