La soga se mecía con la brisa. El azul sucumbía ante el amarillo. El amarillo dejaba paso al naranja y el naranja al rojo. Mientras el cielo sangraba, siniestras sombras se cernían sobre ese páramo.
El negro tomaba la tierra y el rojo el cielo. La brisa se volvía viento. El viento ululaba y la soga seguía balanceándose, colgando de la rama más gruesa de ese viejo roble.
A sus pies descansaban los restos de un cadáver en avanzado estado de descomposición. La muestra fehaciente que para alguien ese lugar había sido algo más que un infierno efímero.
En mi blog lo encontraréis ilustrado, en la sección microrrelatos.
arte-llano.blogspot.com
Muy buen texto Xavi. Un abrazo