Se encaramó a la ventana de la bella lozana, destapó sus ojos a la luz, habló meliodioso de sus atardeceres con ella, sonrió para sí al recordarla, dijo de ella que era un retazo de inocencia mustia, sintió que le hería como un puñal atrevesado el que no volviera más, se arrepintió de su torpeza por sucumbir a las tentaciones mundanas. Recurrió a la lástima y no le sirvió, ella enredada entre las zarzas, lloró... Recorrió cada rincón de su mente abrazada a sus recuerdos, congeló su alma, más todavía latía su corazón aventurero y derramando lágrimas de sangre cada noche se adormeció...
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