Una gota del tintero rojo vacila soberbiamente en alguna de las plumas que existen detrás de todo. Se desenvuelve y repite el trazo vertical que es su condena, por designio gravitacional de la reina tierra. Un solo instante gobierna el firmamento, como garza bandera de familias surreales, como embajadora de quehaceres celestiales, y se atreve despreocupadamente a terminar depositada en mi cráneo abierto. La divinidad finalmente ha retocado la mente en mi cerebro, y muy alegremente me encomiendo a perder la razón:
Bailo desvestido dando vueltas, hago muecas, confieso a gritos mis perversiones y compongo rimas con el instructivo de mi automóvil. Apenas comienzo. Una suerte de temblor me invade las piernas y me disuelvo, quedo en estado líquido amarillento con olor ceniciento, me evaporo, soy cabeza a pies de pies a cabeza, revuelto en motas de polución con polvo, la sombra soy de lo que era y se esfumó, aparezco solamente en el reflejo de los reflejos, vago perdido entre los espejos, quedo deshecho, exterminado, desaparecido e inolvidado, como un recuerdo de la brisa en mayo cuando seamos viejos, soy las palabras de este poema que va terminando, trazos y líneas en la mente de un bailarín, apenas soy nada complejo, soy una incidencia en un sistema cerrado con variables determinadas y acontecimientos aleatorios, una ocurrencia del hombre loco de quien se escribe en este poema, voy desapareciendo, voy perdiendo la personalidad y luego el aroma. Aquí quedo, vuelvo luego.
