Cartas de Amor En la Distancia
19
21 de octubre de 2011
por beth
Isabel se quedó mirando el auricular con la boca abierta de asombro.
-Demonio de mujer-barbotó.
Colgó el teléfono despacio para intentar calmarse. El corazón le latÃa desacompasadamente. No podÃa entender como su tÃa, que sabÃa que la querÃa tanto como si fuese su propia hija, no le contaba lo que sabÃa. Pero si pensaba que con eso evitarÃa que ella se enterase de toda la vergonzosa verdad, se quedarÃa con las ganas. Cuando ya estaba decidida a reiniciar la lectura del diario de su madre, aún con muchas cosas pendientes qué hacer, oyó como un coche se detenÃa a la puerta. Salió a mirar y se sorprendió al ver salir la larguirucha figura de Gabriel. Le sonrió antes de envolverla en su abrazo y ella se sintió a salvo al oler su familiar aroma. Se refugió en su pecho y él le acarició el pelo.
-Te he echado de menos-susurró en su oÃdo.
-Y yo a ti, cariño, por eso tuve que venir a verte hoy sin falta; ya no podÃa pasar más tiempo sin ti.
-¿Y el trabajo?
-He hecho horas extraordinarias toda la semana para poder escaparme hoy contigo. Y te echaré una mano con todo este lÃo, si quieres.
Isabel asintió mirándole a los ojos antes de besarle en el cuello. Ya dentro de la casa, le ayudó a quitarse el abrigo y le preparó un café con leche y tostadas con mermelada de arándanos, de la última que Mamá habÃa hecho.
-Gabriel, hay algo que debo contarte-le dijo mientras le tendÃa una tostada ya untada de mermelada.
-No me asustes, ¿qué ha pasado?
-Ordenando las cosas de Mamá he encontrado cosas que no esperaba.
-Seguro que no han sido joyas ni dinero.
-No…es algo más desagradable. En realidad, varias cosas.
-Pues venga, cuenta, me estás dejando en ascuas. Sabes que odio esos aires de misterio que te gastas. Desembucha que no puede ser tan terrible.
Pero ella seguÃa dándole vueltas a la servilleta, intentando encontrar la mejor manera de contárselo. ¿Cómo le decÃa una al hombre de su vida que su propia madre habÃa sido una casquivana?
-Isabel-le insistió.
-Déjame que aclare mis ideas y que piense por donde empiezo.
-Pues por el principio quedarÃa perfecto.
Suspiró profundamente antes de hablar e intentó, pasándose las manos por la cara, ordenar sus ideas.
-Primero fue el camafeo o una especie de medallón que encontré en el joyero de Mamá.
-¿Algo de gran valor que te hace suponer que tu madre haya sido amante de un millonario?
-No hagas bromas, tonto. Lo encontré por casualidad y me sorprendió porque habÃa dos fotos.
-Sigue-la urgió cuando vio que se detenÃa. ¿De quién eran esas fotos?
-Una de ellas era mÃa, de cuando era apenas un bebé, y la otra era de un hombre delgado y moreno, con unos ojos grandes y expresivos.
-¿Y quién era?
-Pues al principio no tenÃa ni la más remota idea. Pero al dÃa siguiente y también por casualidad me encontré con unas cartas que Mamá habÃa guardado, de un tal VÃctor Medina, y no me atrevà a leerlas.
-¿Entonces?
-Pues me enteré en la iglesia y por casualidad, de que ese tal VÃctor habÃa sido el cura del pueblo un poco antes de que yo naciese.
-Pero que tu madre guardase cartas suyas no significa que fuesen amantes.
-TodavÃa no sé si lo fueron, pero lo sospecho. La TÃa Esther me ha dado una especie de diario de Mamá y de lo que he leÃdo sospecho que hubo entre ellos algo más que una mera relación formal. Pero la TÃa Esther no quiere soltar prenda.
-A mà no me parece extraño que no te cuente nada. Lee el diario y juzga tú.
Isabel se encogió de hombros, dudando.
-Oye- le propuso a Gabriel. Estoy pensando que mientras yo preparo la comida puedes leer el principio de lo que Mamá escribió y luego me das tu opinión.
Gabriel la miró, dudando. A veces le desconcertaba profundamente y temÃa hacer algo que la ofendiese.
-¿Y tú crees que a tu madre le gustarÃa?
-Pues en todo caso no estará aquà para echártelo en cara. Y yo necesito una segunda opinión, porque igual me estoy pasando al juzgar a mi madre.
Este razonamiento de esa criatura a veces tan vehemente e irracional fue lo que movió a Gabriel a convencerse de que no serÃa amoral leer ese diario.
-Dámelo. Leeré las primeras páginas y te daré mi opinión más sincera.
Isabel se sintió aliviada de que alguien de su confianza fuese partÃcipe de su secreto, y decidió hacerle una comida especial. ¿Tal vez lasaña? Miró en la nevera a ver si tenÃa todos los ingredientes. Menos mal que todavÃa no habÃa empaquetado la máquina de hacer pasta de Mamá, ahora le vendrÃa bien para hacer las planchas de lasaña; frescas estaban mucho mejor. No habÃa pensado ni por un momento en que esa máquina se la llevasen Blanca o Eulalia. Su cuñada detestaba cocinar, siempre comÃan fuera o compraban precocinados; y su hermana pasaba en la cocina el menor tiempo posible. Comprobó que habÃa un trozo de morcillo de ternera que podrÃa picar y también espinacas frescas y piñones y pasasÂ…Estupendo. En la despensa estaba la última salsa de tomate que Mamá habÃa envasado y tenÃa un trozo de queso cheddar para rallar. Se colocó el delantal y canturreando se fue a la cocina. Nada le ayudaba tanto a relajarse como cocinar. Puso la radio en las noticias para enterarse de lo mal que iba el mundo y empezó a preparar la masa para la pasta. Bendita técnica que tanto trabajo quitaba a las personas encargadas de la cocina. En su infancia no recordaba que su padre hubiese freÃdo nunca un huevo o hervido agua para un té. Siempre era Mamá quien se preocupaba de que la familia tuviese una comida nutritiva y sabrosa. Cuando tuvo la pasta hecha picó la carne en su justa medida, ni demasiado gruesa ni tan trabajada que pareciese papilla. Salteó las espinacas y las mezcló con los piñones y las pasas, después de haberlo sazonado todo con pimienta y algo de sal. Mientras las espinacas se hacÃan se puso a mezclar la carne con la salsa de tomate, la albahaca fresca y muy picadita y el orégano. La cocina se llenó de buenos olores y al poco rato pudo empezar a montar la lasaña. Tan sólo le quedaba hacer la bechamel, y a ello se puso con buen ánimo, recordando el consejo de Mamá, de que el éxito de una buena bechamel era siempre la nuez moscada. Cuando terminó la salsa la esparció con generosidad por encima del compuesto y luego lo remató con el queso que acababa de rallar. Quince o veinte minutos en el horno, previamente calentado, yÂ…voilá.
Me encantó
Escribes muy bien :D
Te felicito.
Espero leas mi poema
Se llama "Angel"
Besos :)