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La Real Orden de Las Perdularias 13

Y ahí terminé la conversación. Ahora que ha pasado ya un tiempo me gusta rememorar esos primeros momentos en que ambos nos buscábamos y nos tanteábamos, midiendo hasta donde podíamos llegar. Creo que ninguno de los dos había pensado en tener un amor adolescente en la medianía de la vida, porque aunque los sentimientos son igual de frescos y luminosos que a los quince años, o tal vez más aún, la realidad es que cada uno arrastra un bagaje que no siempre es difícil de acomodar a la vida del amante. Se hizo una costumbre hablar por teléfono a diario, siempre a las nueve de la noche, y escribirnos cien correos al día. Nos contábamos las cosas más absurdas: lo que habíamos comido, como nos había ido el día, lo que habíamos soñado aquella noche…Él le daba mucha importancia a los sueños y por eso yo empecé a anotar los míos en cuanto me levantaba, con el temor de no acordarme luego para referírselos. Nunca me había preocupado por mis sueños ni les había buscado un sentido, pero cuando durante noches y noches soñaba con la misma casa de piedra, alta y estrecha, con unas vigas enormes de madera en el techo y el suelo de cristal, con un horno en medio donde yo hacía pan…empecé a pensar seriamente que debía de estar enloqueciendo. Y en esa casa siempre estaba Alexander y de vez en cuando un niño pequeño, a veces un bebé y en otras ocasiones ya con dos años, aunque en realidad era la misma criatura en distintas fases. De vez en cuando aparecían Leo o Sara Patricia también, y una pérfida niñita de unos tres años, con coletas y que se pasaba la vida ideando travesuras para quitarme la paz y la tranquilidad.
Alexander me decía que eso eran recuerdos de un pasado o quizá premoniciones futuras, pero le rebatí estas ideas con sólidos argumentos: no había niños en mi futuro, ya no estaba en edad de ponerme a parir, sino más bien de que mis hijos me hiciesen abuela; y en cuanto al pasado, ¿cómo podía ser si nos acabábamos de conocer? Pero él me llevaba la contraria, convenciéndome por un momento de que dos personas con tanto en común como nosotros provenían no de una, sino de muchas vidas anteriores juntos. Aunque no me atrevería a confesarlo a nadie, empecé a tomarme en serio la idea, tal era el grado de afinidad que teníamos los dos.
No pude evitar hablarle a Alexander de mis hermanas perdularias. No habíamos vuelto a vernos desde aquel encuentro fortuito en el aeropuerto, pero él ya formaba parte de mi rutina diaria. Cuando llegaba a mi despacho a las nueve de la mañana lo primero que hacía era encender el ordenador y tomarme un capuchino. Inmediatamente me saltaba en la pantalla un muñeco absurdo con los bigotes de Dalí y una paleta de pintor que me decía con voz chillona “tienes un mensaje”. Y yo sabía que no era un mensaje de trabajo, porque había creado una cuenta de correo única y exclusivamente para él y ese avisador era solo para esa cuenta determinada. Así que con el corazón cabalgando como un potro desbocado, abría la carpetita amarilla y solía encontrarme con que me había escrito a horas inverosímiles; a veces tan sólo era una frase cariñosa, o una canción, o un fragmento de algún poema. Daba igual; si me hubiese mandado un versículo del Antiguo Testamento en arameo, igualmente me hubiese sentido flotando.
Alexander era un hombre callado; en nuestras conversaciones telefónicas yo era la que hablaba sin parar y él, con la paciencia de un verdadero santo, aguantaba con estoico valor mis largas peroratas sobre los temas más disparatados. Ni una sola vez que le hablé de las perdularias, incluso de las cosas más extrañas que habíamos hecho o de nuestras conversaciones surrealistas, se permitió una pequeña risa. Cierto es que no le veía la cara al otro lado del teléfono, y quizá fuese de los que se ríe hacia dentro, pero de todas formas, justo es reconocer que sabía escuchar, que es mucho más de lo que suelen hacer la mayoría de los hombres. Tampoco se inmutó cuando le hablé de Anastasia y su estrambótica idea del tuppersex.
-Y al final, ¿Cuándo haréis esa reunión?-me preguntó de manera tan normal como si estuviésemos hablando de ir de compras.
-Dentro de dos días.
-¿Me contarás cómo os ha ido?
-¿Tú qué clase de pervertido eres?-le acusé.
-Creo que de ninguna clase; pero tengo curiosidad por saber la reacción de cada una de tus amigas. Me has hablado tanto de ellas que me parece conocerlas y me apetece saber lo que dicen. Llámalo curiosidad de escritor.

Esto hizo que se me disparasen todas las alarmas y se me encendió una lucecita roja.
-Oye, si descubro que usas lo que te cuento de mis amigas para escribir alguna historia truculenta, te cortaré ciertas partes colgantes de tu anatomía-le amenacé, dejando que saliese mi vena borrica y sanguinaria, sin pensar apenas en lo que decía.
Ahora si que oí una carcajada al otro lado de la línea.
-¿De verdad lo harías? Igual no sería tan buena idea. Al menos deberías esperar un poco y decidir si merece la pena amputar o no…Y a todo esto, igual sería interesante que nos viésemos de nuevo.
-¿Por qué me lo dices ahora?
-Tenía pensado decírtelo desde que empezamos la conversación, pero la verdad es que no me has permitido meter mucha baza…

Beth11 de abril de 2012

13 Comentarios

  • Buitrago

    jajajaja me uno a esa perversion, a esa curiosidad jajaja
    amiga Beth, esto debes publicarlo

    Antonio

    11/04/12 09:04

  • Beth

    Ay amigo, yo lo publico todo, pero en la editorial de los pobres, léase lulu.com que las otras no quieren saber nada de autores desconocidos y menos en tiempos de crisis. Pero ya con que me leáis por aquí me doy por contenta

    11/04/12 09:04

  • Creatividad

    "Un versiculo del antiguo Testamento en arameo"...-Jahaha. Sigue siendo fenomenal!

    11/04/12 09:04

  • Beth

    Eso nos suele pasar cuando nos enamoramos, que pensamos que hasta las cosas más estúpidas que hace el otro son proezas. Ejemplo: los ronquidos suenan como música celestial. Treinta años después comienzan los codazos para que se calle ese memo...

    11/04/12 10:04

  • Creatividad

    jajajajaja!!!! Eres buenissimaaa!!! jajaja!!

    12/04/12 12:04

  • Beth

    Bueno, más bien diría que malísima por tener estos pensamientos tan mezquinos...y realistas, por otra parte.

    12/04/12 12:04

  • Creatividad

    Si, pero lo menos, en mi mi observacion,son pensamientos en juegos y no aterrizan en el otro extremo,como balas de fuego..,si no como plumitas que te hacen cosquillitas, y por tanto te hacen reir..Me encanta!

    12/04/12 04:04

  • Davidlg

    Dicen que el primer amor ay Llorona!
    es grande y es verdadero.
    Pero el último es mejor ay Llorona!
    y más grande que el primero.

    Estos versos son de una canción popular de mi país y creo, en mi humilde opinión, que tiene mucha razón.

    "justo es reconocer que sabía escuchar, que es mucho más de lo que suelen hacer la mayoría de los hombres."

    uy! esa pasó cerca!

    "curiosidad de escritor."

    JAJAJA esa no me la creo ni yo. Pero con tal amenaza cualquiera se cohíbe; sin embargo, como buen representante del genero, me uno a Antonio y Alexander (por cierto ese nombre no lo puedo digerir del todo; no digo que sea malo, pero si imagino un cartel: "Guiomara y Alexander... un amor sin barreras" te soy sincero no me acostumbro; en fin ¿que te decía? ha si lo del genero). Yo voto porque un capítulo de esta orden incluya dicha reunión. jejeje


    Saludos amiga!

    12/04/12 07:04

  • Beth

    ¿Esa canción no la cantaba o la canta todavía, Chabela Vargas?

    Bueno, a mi no es que me apasione Alexander como nombre, pero...se parece a otro que no quise poner por prudencia y otras cosas. Guiomar y Alexander no, pero ¿Fanny y Alexander? Una de mis amigas perdularias ya me ha regalado el cartelito de la película, con la niña rubia de las trenzas y el niño de pelo negro...

    La reunión...lo del tuppersex, vaya...tranquilo, que habrá reunión, lo prometo. Todo llegará

    12/04/12 11:04

  • Davidlg

    jajajjaja Sí, fanny y Alexander queda mejor.

    No conozco la versión de Chabela Vargas, pero ella ya no las canta; las cuenta. jajajajja

    Buenos días!

    14/04/12 05:04

  • Beth

    Pobre, hace lo que puede doña Chavela. Lo siento, pero a la protagonista el nombre de Fanny no le va nada, así que aunque suele mal Guiomar y Alexander; a él en cualquier momento se le pone un diminutivo y sanseácabo

    14/04/12 11:04

  • Danae

    Bueno ... Los amantes mejor un poco pervertidos, ¿no? jejejeje
    Un enorme abrazo admirado.

    06/05/12 08:05

  • Beth

    Pues si, los amantes mejor un poco pervertidos, pero ya sabes que las mujeres siempre solemos tener cierta tendencia al disimulo y a salvar las apariencias. y Guiomar me temo que es de esas. Besos y gracias por la lectura

    06/05/12 08:05

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