Mi abuelo,
porque solo tuve uno.
Era un hombre pequeño,
sus manos de tierra
eran ásperas y seguro,
que sabían a barro.
A veces creo,
al cerrar los ojos para
recordarlo,
que nació con boina
y con gallado,
anciano y callado,
menos a la hora de cagarse
en Dios y uno por uno,
en todos los santos.
Bajo la sombra
de una gran morera,
mi yayo me contaba historias,
también leyendas y algo,
no mucho,
de una guerra sin buenos
y sí, mucho malo.
Mi abuelo no lloraba,
era de hierro,
o puede,
que de piedra.
Así era aquel hombre pequeño,
aquel señor de campo,
que aprendió a vivir
porque imitó al diablo.
Hasta el hierro
y la piedra se erosionan,
& el yayo murió una noche negra,
una más, de todas aquellas.
Y la sombra de la morera
que pese a la pena seguía allí,
jamás volvió a ser la misma.
Aquel, era así como otro sentir,
no me acostumbré y sencillamente,
dejé de ir.
A Pedro Buitrago González, mi abuelo.
denaturalezatocapelotas.blogspot.com
Me gustó tu poema Antonio, me recordó a mi abuelo. También era un señor de campo, dormitaba en las tardes de verano bajo la sombra de una morera.
Un saludo.