Parecían redondas estrellas brillando a ras de suelo de blancas y amarillos colores que alumbraban, timidamente, el manto verde y de roales amarillos. Que ya, la lluvía que nos había abandonado junto al invierno, y el sol ardiente y poderoso de verano había ido secando a escasos par de meses.
A penas se disintigía el mar del oscuro cielo noturno. Dejando el horizonte en una gran bóveda negra. Redonda bola de cristal delicada de láminas ahumadas. Decorada de miles de estrellas blancas como copos de nieve en bolas de cristal que se mueven y caen sobre edificios en miniatura tallados con gran realismo dando vida a sus pequeños inertes habitantes de piedra.
Se respiraba la sal marina movida entre las aguas de su mar por navegantes valientes en busca de pesca, islas y puertos que llevan al camino de vuelta a casa.
Y ya la marea iba subiendo y chocaba contra las rocas, arrastrando hacia sus entrañas lo que encontraba en la orilla. Acuario transparente, mar cistalino, manto negro tan misterioso... Parece una gran brisa suave, tranquila y espumosa. Y sin embargo, tan peligrosa...
