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Sueño Nevado

Sentado cómodamente en un sillón, con los ojos casi cerrados y las manos sujetando un cigarro consumido, miraba por la ventana como la lluvia caía sin pausa sobre un tranquilo bosque . El cielo era gris, y la brisa movía las hojas de los árboles, dotándolos así de un movimiento mágico que los hacía bailar al ritmo del invierno. De vez en cuando las nubes dejaban el sol a la vista, dando algunos intervalos de luz a la arboleda.
Todo estaba tranquilo, solo se oía como las gotas de lluvia golpeaban el cristal y el susurro de las hojas bailantes. Mis parpados eran cada vez más y más pesados. Todo se volvió oscuro.
De pronto sentí una ráfaga violenta de aire en la cara y abrí los ojos. No podía ser, estaba cayendo, lo di todo por perdido.
Volvía a despertar, pero estaba en un lugar diferente. Todo estaba nevado y solo podía ver un solitario árbol en la cumbre de una pequeña montaña.
Empecé a caminar difícilmente por la espesa nieve hasta el árbol, nevaba tanto que me costaba abrir los ojos del todo. Cada vez era más difícil caminar, la nieve me llegaba ya casi a las rodillas, pero tenía que seguir.
Pasaron algunos segundos hasta que me encontré enfrente de un humilde puente que conectaba con la pequeña montaña. Cuando estuve en el medio miré hacia abajo. Mis ojos se dilataron y me fallaron los pies, no pude evitar caer. Ante mi pareció pasar todo mi futuro: Las únicas personas a las que una vez pude querer morían una tras otra , dejando un rastro vacío de desesperación.
Todo mi entorno se destruía, caía como un viejo castillo construido sobre barro, caía como una golondrina alcanzada por las garras de la muerte. Quería dejar de ver, no podía seguir sintiendo aquello. Destruía cada esperanza de mi alma, cada deseo de vida, cada rayo de luz que tanto me había costado.
Cuando lo creía todo perdido, cuando la flor de la vida parecía del todo marchita, me vi a mi mismo, pálido, desconcertado. Aquel ser miserable me extendió la mano y se la cogí. Murmuró algo que no entendí y cuando quise preguntarle sus ojos se cerraron, ocultando una antigua historia que jamás sabré.
En ese momento el frío me invadía y algo me toco el hombro , giré la cabeza y toque aquella mano, fría como la nieve. Me encontré con los ojos de mi madre, tristes, ausentes. De su boca salió en armonía melancólica, como una breve sonata de invierno, un solo consejo: No llores más, todo ha pasado.
Caí de rodillas al suelo, me lleve las manos a los ojos y lloré, lloré como nunca había llorado. Cada lágrima dolía tanto que creía que era sangre lo que caía sobre la nieve, no tardé en desmayarme.
Desperté otra vez en mi sillón. Todo había sido un sueño, desde el árbol hasta los ojos de mi madre. La lluvia había desaparecido para dejar paso a la nieve. Me levanté del asiento y me di cuenta de que la ventana estaba abierta, la cerré y me limpié las gotas de sangre de la mano.
Croway20 de julio de 2013

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