Consigues que viaje al pasado y vea de nuevo a las personas que se fueron un día de mi lado. Suenas, y de nuevo soy un niño que vuelve de nuevo a querer ser mayor. Te oigo, y otra vez soy valiente. Y mientras me embargan esas notas, huelo el perfume de mamá y el aire seco del poniente, ese que arañaba mi cara en las tardes de verano de mil novecientos noventa.
Eres la única que jamás me ha fallado. Me conoces, siempre sabes que decir, consigues como nadie, erizarme la piel. Da igual si te oigo una vez y lo hago de lejos y sin posibilidad de conocer tu nombre; siempre encuentras el camino para llegar de nuevo a mí, y lo haces siempre en el momento en que más lo necesito.
Das forma a las cosas que no llego a entender. Contigo alrededor un beso sabe siempre más dulce, y en los momentos más tristes que recuerdo, has llevado a mis lágrimas de la mano, desde su nacimiento hasta su muerte.
Eres la banda sonora de mis libros, ¿qué digo?, haces de mi vida, una película con banda sonora propia.
Y en mis viajes, meces las olas, amainas el viento, y los hilos telefónicos que cruzan el paisaje de poste a poste, son el pentagrama desde donde veo cómo las corcheas y semicorcheas, atraviesan en bandadas el cielo.
Es por ti, que a veces el rumbo de mis relatos ha tomado una dirección distinta, y a medida que acariciabas mis oídos, has sanado mis historias sacándoles al final, la sonrisa mas sincera.
A veces cuando escribo, cierro los ojos, e imagino que mi teclado es realmente un piano con sus sostenidos y bemoles en los paréntesis, signos de interrogación y exclamaciones. Por eso adivino, que dedicarte estas palabras, será probablemente lo más cerca que llegue a estar jamás de escribir una hermosa melodía.
Gracias, sinceramente, gracias. No concibo la idea de una vida sin ti.
Y al llegar el día de mi muerte, sólo espero que exista el cielo para poder sentarme en primera fila y oír así, a un verdadero coro de ángeles; si eso es el cielo, el nivel debe ser cuanto menos, divino.
