Allí estaba, veloz como un fantasma, atravesando la extensa llanura gris, lúgubre, densa como niebla embrujada, más allá de la noche.
Los dioses ya la habían visto, con un soplo veloz como estrella fugaz, se la llevaron a su destino presuroso, sin el más mínimo esfuerzo.
Era inevitable aquel infortunio final, un grito alado y desgarrador se apagó tras un silencio profundo, un abismo hundido en el tiempo se la llevo para siempre; aquella pena perdida, había terminado su tormento.
Hola Diegozami, tiene musicalidad tu texto lo he leído varías veces y me resulta armónico y triste, me gusta!