TusTextos

Los Hombres Las Prefieren Jóvenes (guillermo Dumrauf)

Los hombres las prefieren jóvenes

Jorge Fortezza era un exitoso hombre de negocios. No se había formado en los estudios universitarios, pero su olfato, intuición y talento comercial, le habían permitido construir una considerable fortuna. A sus sesenta y cinco años, la borrachera del éxito le había hecho pensar que merecía una mujer más bonita, más joven, que pudiera lucir en las reuniones sociales a las que asistía frecuentemente.
No fue difícil para Jorge dejar a su mujer de toda la vida para operar el cambio; un amigo le había presentado a Marina, una espectacular morocha de un metro setenta y dos, dueña de unas curvas que desestabilizaban las miradas masculinas. Jorge quedó absolutamente flechado cuando la conoció; Marina tenía treinta años menos y la naturaleza había sido muy generosa con ella. Además, mantenía su físico envidiable con un duro trabajo diario, siendo el comentario de todos los hombres – y las mujeres - del gimnasio al que concurría todas las mañanas.
Jorge tenía varios amigos también exitosos en los negocios, que ya iban por su segundo y en algunos casos, su tercera relación o matrimonio. La mayoría había conocido a su pareja actual en el trabajo o en una reunión social. A veces era una secretaria, una colaboradora o un amigo que oportunamente le presentaba una amiga, y era solamente cuestión de un par de años preparar el terreno para la retirada. En ese período se debería generar los suficientes roces con la mujer actual para poder empezar a hablar de separación. Y para asesorarse con contadores y abogados para proteger el patrimonio de un ulterior proceso de divorcio. Eso sí, generalmente se debía dejar en una buena posición económica a la primera mujer y a los hijos. Era el pago lógico y no se protestaba por ello. Jorge había tenido dos varones, que ya eran profesionales, también exitosos.
Una noche, en una fiesta celebrada en la casa de un amigo, se produjo el siguiente diálogo entre dos hombres exitosos:
-H1: A mis casi sesenta años, me siento realizado. Tengo todo lo que he deseado y diría que más…
-H2: Tenemos lo que nos merecemos, presidimos empresas que facturan millones, damos trabajo a la gente y bueno, todo tiene relación, es lógico que nuestras mujeres estén a la altura de las circunstancias…

A unos metros, conversaban las dos jóvenes esposas de estos dos hombres exitosos:
-M1: yo me casé con un hombre grande por la seguridad. Mis hijos tienen una excelente educación y no me falta nada.
-M2: y sí, hay que reconocer eso. Por lo demás, todo no se puede tener, pero yo al departamento de dos ambientes no vuelvo ni loca.
A unos metros, un par de hombres jóvenes comentaban sobre el tema:
-J1: Estas mujeres, casadas con viejos… ¡se suicidan sexualmente!
-J2: No te creas…
-J1: ¿Ah no? ¿Lo dices por el Viagra o por los cuernos?

Evidentemente, subsistía un desequilibrio en este tipo de relaciones. Por el lado de los hombres, en algunos casos su desconfianza los llevaba a llamarlas por teléfono más de una vez al día para saber dónde estaban, con quién estaban y que hacían. Por el lado de ellas, era inevitable mirar a los hombres más jóvenes y dar rienda suelta a la imaginación.
En algunos casos, este tipo de matrimonios duraban en promedio menos de diez años y la ruptura generalmente venía de la mano de la infidelidad. Jorge observó que estas esposas jóvenes casadas con hombres maduras, exhibían ciertos comportamientos en las fiestas. En forma disimulada, procuraban mantenerse prudentemente apartadas de sus esposos, conversando entre amigas y con hombres más jóvenes. Era extraño, pero se veían a sí mismas como una acción del mercado de valores, como si pensaran “sola valgo más que con este viejo al lado”.
La misma intuición que a Jorge lo había ayudado en los negocios, ahora le decía que algo raro pasaba con Marina. Nunca contestaba su teléfono en el horario que iba entre las diez y las once de la mañana. Había revisado varias veces su celular y hasta su cuenta de mail, pero se dijo que, en todo caso, no sería tan tonta para dejar pistas si efectivamente lo estuviera engañando.
Un buen día decidió seguirla. Estacionó su auto a unos cien metros del gimnasio que Marina iba todos los días y esperó pacientemente hasta que saliera. A las 9.45 en punto, la camioneta importada salía raudamente por la avenida principal. Jorge la siguió y luego de veinticinco minutos, Marina estacionaba el auto y entraba en un moderno edificio de departamentos.
Jorge esperó pacientemente. La ansiedad lo consumía. Exactamente una hora y diez minutos después, Marina salía del edificio y subía a su automóvil. Jorge, a unos metros, observó atentamente la escena. Mariana se sentó y antes de poner en marcha el vehículo, en un movimiento reflejo se acomodó el cabello mientras se miraba en el espejo del parasol. El gesto no pasó desapercibido para Jorge; sus sospechas aumentaron. ¿Quién vivía en ese edificio? ¿Tal vez era solamente una amiga?
Jorge no se resignó a quedarse con la duda y volvió a seguirla. Algunos días Marina iba al shopping, otros a la casa de una amiga. Pero al cabo de una semana, el trayecto volvió a repetirse y Marina volvió al moderno edificio de departamentos. En esta oportunidad, Jorge descendió del auto y se mantuvo a pocos metros. Cuando calculó que Marina ya habría tomado el ascensor, entró como una tromba en el edificio y miró el indicador que marcaba el piso en que paraba el ascensor. Pasaron, el octavo, el noveno…y finalmente, ¡décimo piso! El ascensor se detuvo en el piso más alto. Rápidamente tomo otro ascensor alternativo y descendió como una tromba en el décimo piso. Eran tres oficinas, un bufete de abogados, una agencia de viajes y una compañía de seguros. Recorrió las tres oficinas, una por una, pero no encontró a Marina y le dijeron que nunca había estado una mujer de sus características. ¿Cómo podía ser? Tal vez bajó algún piso por la escalera, pensó. “Tal vez es más lista de lo que pensé, no voy a demorar más está búsqueda, mañana contrataré a un detective”.
Ignacio Salas era un detective que investigaba infidelidades hace años, era un hombre educado, bien vestido, de modales cuidadosos. Se lo había recomendado un amigo. Salas era caro, pero rápido, eficiente y documentaba exhaustivamente sus pruebas. “Si efectivamente hay algo, en menos de un mes tendrá fotos o al menos una prueba contundente” le dijo.
Quince días después de su primer encuentro, se produjo el llamado:
-“Jorge, tengo la prueba. Pero no sé si querrá enterarse”- dijo Salas con voz de preocupación.
-Ignacio, ¿por qué me dice eso? Cuando le encargué la tarea, sabía que existía la posibilidad de un resultado no deseado. Cuando uno se casa con una mujer más joven, al principio uno ingenuamente cree que durará muchos años. Pero luego comienzan a ocurrir cosas que a uno le hacen ver que hay riesgos. Uno despierta y se da cuenta que no hay almuerzos gratis, que alguien siempre los paga. La pregunta que me hago en este momento es cuánto me costará el almuerzo. A decir verdad, me pregunto ahora si ella también pensó que al casarse conmigo estaba de alguna manera, también pagando un precio.
-Mire, yo no hago juicios de valor sobre las relaciones de pareja. Usted me contrató para un servicio y yo me dedico a este negocio. Simplemente le aclaro que no le gustará el resultado. No le gustará en absoluto.
-Bien. ¿Qué tiene? – dijo Jorge con ansiedad.
-Fotos. Cinco fotos.
-Adelante. Quiero verlas.
-Muy bien. Ignacio Salas tomó de su portafolio un sobre cuidadosamente cerrado y lo abrió con un cortaplumas. Sacó una primera foto, en la cual se veía a Marina tocando el timbre de un departamento que en la puerta tenía la letra “A”. Jorge permaneció inmutable. Salas tomó una segunda foto y la puso sobre la mesa. En ella se veía a un joven alto, abriendo la puerta. La expresión de la cara de Jorge se modificó. Sin embargo, no podía distinguirse claramente su rostro. Salas tomó una tercera foto. La frente de Jorge parecía ensancharse y el tamaño de sus ojos parecía aumentar. En esta foto se veía a Marina besándose apasionadamente con el joven, cuyo rostro se veía de costado, pero claramente era el mismo joven que aparecía en la segunda foto. Salas tomó la cuarta foto. Ahora el joven apoyaba su cabeza en los senos de Marina y su mano acariciaba la cola de Marina, levantándole la pollera. Pero todavía no aparecía claramente el rostro del joven.
-Jorge, ¿está seguro que quiere ver la última foto? La prueba ya está. ¿Importa quién es?
-¡Por favor! ¡Necesito saberlo!
Salas introdujo la mano dentro del sobre para tomar la última foto. Volvió a mirar a su cliente sugiriendo que todavía estaba a tiempo de terminar todo allí pero la mirada segura de Jorge terminó de convencerlo. Colocó la foto encima de la mesa. En ésta se veía claramente la cara del joven. El rostro de Jorge reflejó una mezcla de repulsión y frustración, casi imposible de descifrar, mientras que alcanzaba a decir: ¡mi hijo!
Dumrauf09 de agosto de 2015

1 Comentarios

  • Bjaunarena

    ¡Muy bueno Guillermo! Buena trama y remate. Yo acabo de subir a esta plataforma el ensayo que escribí. Cuando puedas dale una leída y comentame que te pareció. Se llama "Control demográfico". Un abrazo

    24/11/15 01:11

Más de Dumrauf

Chat