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La Lección

La decisión estaba tomada, abrí el armario, y empecé a revisar el vestuario. Este vestido me hace un poco gorda, este otro me queda demasiado largo, este, este está ya muy pasado, vaya el rojo …., veamos, el rojo puede ser, pero tal vez mejor el negro, es más escotado y me queda mejor, si definitivamente me pondré el negro.

Me dirigí a la cómoda, rebusqué entre mi ropa interior, necesito un conjunto bonito, algo realmente especial, si, ya sé, aquel modelo que me compré en “La Perla”, saqué una cajita blanca, en su interior, perfectamente doblado, descansaba un sugerente conjunto. Me desnudé y con delicadeza me puse ambas piezas, mi cuerpo se reflejó en el espejo, realmente me quedaba bastante bien. No es que yo sea especialmente guapa, ni que tenga un cuerpo excepcional, pero bueno, soy resultoncilla y con esta ropa interior, sinceramente me sentía super sexy.

Una vez me puse el vestido, entré en el aseo para peinarme y maquillarme. Tengo una media melena, que me gusta cuidar. Como más me gusta es un poco ondulada, así que saqué la plancha y con un poco de paciencia conseguí el efecto deseado. No soy mujer de pintarme mucho, pero si quería realzar un poco mis labios, tal vez demasiado pequeños, y darme, eso sí, un toque de colorete. Un último repaso de espejo para ver posibles defectos, y lista.

Salí a la calle, el cielo se vistió de ese color entre rojo y amarillo, con el que el sol nos anuncia su despedida. Tardé un buen rato en encontrar un taxi, por fin pude parar a uno, le indiqué la dirección a la que debía llevarme, apenas había tráfico, así que en menos de media hora habíamos llegado.

No había demasiada gente, un grupo de hombres de mediana edad pedían otra copa al barman, sin duda no era la primera, ni creo que la última que iban a beber. Me senté a una distancia prudencial de ellos, pero cuidando de quedar en su línea visual.

No tardaron mucho en reparar en mi presencia, uno de ellos se acercó y, con modos muy cuidados, me invitó, yo coqueta, me dejé llevar. Al presentarme al grupo me fijé mucho en lo que andaba buscando, tres de ellos llevaban anillos, pero sólo uno tenía la marca, que deja haberlo llevado durante mucho tiempo. Tras los primeros lances me dispuse hablar con él. No conseguí saber si era soltero, viudo o divorciado, así que di por supuesto que quería aprovechar el día de juerga y se había quitado el anillo para no espantar a una posible conquista.

Le sugerí que me gustaría bailar, inmediatamente me hizo un gesto para que fuéramos a la pista, allí tras ciertas dudas, empezó a acercarse cada vez más, hasta que terminó pegado a mí como un imán a su polo opuesto. Sus manos buscaban mis curvas con cierta torpeza, sus labios, deseosos de encontrarse con los míos, me susurraban piropos surgidos del valor que da el alcohol y el morbo de una aventura.

Su cuerpo sudaba, volvimos a la barra, pedimos de beber, sus amigos miraban con envidia a su compañero. Un brindis y el primer beso para celebrarlo, después otro trago, otro achuchón, otro roce, otra caricia. “¿Vamos a un sitio más tranquilo?”, sugirió lascivo. “Bueno”, le respondí fría.

Subimos a un taxi, “Hotel Barnisse, por favor”, indicó educadamente, mientras miraba mi escote, “Por supuesto señor”, respondió solícito el conductor. El viaje fue una sucesión de intentos por adivinar que había debajo de mi ropa, apenas hablaba, estaba absorto en mis curvas.

Llegamos al hotel, subimos a la habitación, y desbordado por la pasión, se abalanzó sobre mí como si de un preso, que no hubiera visto a una mujer en veinte años, se tratara. Con nula habilidad, trató de darme placer, sin conseguirlo, burdamente me poseyó, y terminó precipitadamente, con un gesto que denotaba su decepción.

Por un espacio de tiempo quedó tendido en la cama, con la cara embotada, y súbitamente pegó un brinco “¡¡¡¡ No he usado preservativo, por Dios, no lo he usado !!!, gritó, “¿Va a pasar algo, tú has tomado alguna medida?, dime que si, por lo que más quieras dime que sí”, me gritaba, mientras sus manos agitaban mis hombros.

Sin hacerle caso, me vestí, y le dejé, pronto sabría que aquella noche, aquella infidelidad iba a pagarla muy caro. “Así aprenderá, cuando la enfermedad se aferre a su cuerpo como él se aferraba al mío, cuando sus labios se cubran de pústulas, cuando su piel sea el tapiz de sarcomas negruzcos, entonces aprenderá”.
Fernandoj13 de febrero de 2012

5 Comentarios

  • Fernandoj

    Heylel, tienes toda la razón, la verdad que no he quedado nada contento con el resultado, procuraré aprender de este error.


    Muchas gracias.


    14/02/12 08:02

  • Leonora

    Desgraciadamente aveces esto es un realidad...
    Buen relato..

    15/02/12 10:02

  • Laredaccion

    Bien resuelto el relato, se lee con agilidad e interés. Buen trabajo.
    Un saludo.

    15/02/12 12:02

  • Fernandoj

    Gracias Leonora.

    15/02/12 12:02

  • Fernandoj

    Laredacción, te agradezco el comentario, pero no estoy demasiado agusto con el resultado.

    Creo que es notoriamente mejorable.


    De cualquier forma, muchísimas gracias por el comentario.

    15/02/12 12:02

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