Borrosos recuerdos se agolpan en mi mente, no estoy seguro si son ciertos, o tan sólo se trata de un producto facturado por mi imaginación, no obstante me aferro a ellos, como madre a quien intentar quitar a su hijo.
Es el único patrimonio que poseo, el único que valoro, del que jamás me desprendería, por inmejorable oferta que recibiera. Cree, quien palacios, joyas, barcos, oro y marfil atesora a granel, que todo lo deseable es objeto de pública escritura, de tasación, de subasta, de transacción comercial, que nada lejos de considerarse bien nominativo, puede suscitar el más mínimo interés.
Cree quien mucho tiene que algo posee, considerando intemporal su propia existencia, sujeta, como todas, a inevitable periodo de caducidad, cediendo involuntariamente en ese trágico momento, todas sus preciadas posesiones a terceros antaño envidiosos, holgazanes o hacendosos, que en muchos casos, celebraran el luctuoso suceso con el más exquisito de los champanes.
Por mi parte me conformo con fantasear que una vez, no sé, tal vez dos, te hice feliz.