El destellante rocío que desplegaba
de sus ojos rebosantes de felicidad por
sentirse sobre mi pecho y el calor de su
cuerpo como un soplo de ternura que
penetraba en mi piel me hacia sentir como
un puñado de pólvora, capaz de estallar en besos,
pero a la vez tan disgregado por el viento,
que me hacia sucumbir ante el aroma
de sus pétalos de dulce seducción.
Sin querer abrir los ojos, ansío probar el puro
y placentero dulzor de su cuello, mientras mis
manos se ahogan en un mar de emociones sintiendo
la parte baja de su vientre.
Es la mujer de mis sueños, la señora de mis
emociones, que yace en mis brazos, haciéndome
sentir deseoso de volver probar nuevamente
sus besos, y triste de estar pronto a acabarse
nuestro glorioso momento.