...ya no eran los pies
los que me sostenían
en mí andar errático,
era la musicalidad de tu voz,
que trepaba
desde cada grano
de arena,
de cada espina,
aguijones hirientes,
con la vuelta milésima
del mismísimo montículo.
Nacía otro día.
Los espectros del infierno
me prohibían con falsa
orientación, el alcanzar
el Edén de tus brazos,
la brisa de tus besos,
ansiada lluvia de caricias,
esos gritos que estallaban
imaginarios, llameantes,
en mi cerebro calcinado,
envolviendo despojos de piel,
cambiada tantas veces ya,
y con sorna, con burlas
roncas, me querían
carroña de los rapaces.
Desterrarme del Paraíso
para siempre,
de tus confidencias
¡Ya nomás, no lo lograrán
!
labios secos, tengo sed
¡Que tormento!