Madre ¿acaso te equivocaste?
¡A que planeta me trajiste!
En que tragedia se convirtió,
pero tú no eres culpable, no...
Tus enseñanzas no olvidaré.
¿Y los ríos y quebradas?
¡No puedo bañarme
en las horas apacibles!
¿Te acuerdas cuando a nadar,
me enseñaste?
en aquella playa paradisíaca,
del majestuoso Caribe.
Con estentóreo oleaje tsunami,
cobrará venganza algún día
y lavará sus arenas de latas,
plásticos, excrementos...
Un acordeón a lo lejos languidece,
en manos de un anciano
con notas quejumbrosas,
un saludo a la muerte.
Arde la montaña.
Arde su corazón.