Los años habían pasado lánguidos, todavía existía ese hermoso rastro del amor que fue.
Llegué al hospital, piso 5º, sala 20. Allí yace, me acerco impresionado y entre oscuras lágrimas, entreabre su boca hueca despoblada de dientes y de verde encía.
Ella intenta pronunciar alguna palabra y solo escucho un gutural sonido de aquellos labios otrora carnosos, de sensual escarlata que con tanto placer besaron mi sexo, mi cuerpo y solo acierta mostrar una mueca agrietada, violácea.
Extiende su diestra y con horror contemplo la pérdida de cuatro dedos, el cáncer avanzó sin misericordia.
La escena y el hedor son insoportables, vomito y una enfermera me auxilia.
Me brota de lo más hondo un llanto y me marcho con un adiós a sabiendas del desenlace próximo.