Todo empezó aquel día aparentemente normal, allí estaba ella, sentada con las piernas cruzadas y sus medias azul eléctrico, que desprendían inigualable armonía con sus rojos cabellos, el codo izquierdo apoyado en la mesa manifestándose en su cintura la lujuria inalcanzable que despertó en mi una audaz ambición. Aguarda en mi memoria aquel instante preciso en que le pregunté: ¿Te importa que compartamos la silla ?
De pronto experimenté una sensación bellísima , cuya causa fue punta de puñal de sus ojos en el pecho y sinfonía que se escapaba entre pétalos de rosa. Pues captaron mis sentidos el más dulce sí, jamás articulado.