Ni puta, ni santa. Mujer.
Grito popular.
Aurora, cabellos ondulados grises al hombro, blusa floreada, delantal blanco impoluto. Grietas en el rostro, en las manos, en los huesos. Sofía, imagen angelical, piel tersa y brillante, pómulos rojos, aceleración sanguínea al borde del colapso. Jersey claro y jeans holgados, tal vez un talle mas del adecuado.
- No temas, entiendo que las paredes, la habitación, la casa toda, no ayuda a tranquilizar tu alma; pero créeme no debes temer a esta pobre anciana.
Sofía, que aun no había logrado apaciguar sus nervios, recibía una tras otra las pesadas palabras que utilizo Aurora para poder resquebrajar la helada pared que las distanciaba. Las pulsaciones caían con el transcurrir de los segundos, la respiración lentamente tomaba su cauce natural. Un leve movimiento en la comisura de los labios de la anciana, aventuro la posibilidad de quebrantar tantísimos años de tristeza y soledad.
- Toma, te ves muy débil, que aproveche.
El calor, el aroma y el vaho que despedía la taza de café entre sus manos, ayudo a relajarla. Observaba atentamente cada movimiento de la viejecilla. Se sentaron cara a cara, se encontraron sus ojos.
- Escúchame, no quiero que tomes este consejo ni como una reprobación, ni como un atrevimiento. Hace muchísimos años, tantos ya que a veces dudo si he sido joven, tuve tu edad. Tuve tu edad, pero no tuve la posibilidad de encontrarme con alguna vieja que me aconseje sobre uno de los pilares fundamentales, que apuntalan y le dan real sentido a la vida.
Sofía, ahora si con total confianza, oía atentamente las palabras meditadas que le obsequiaba el destino.
- He visto como ellos te miran, te sonríen, te desean, he visto tu cómplice sonrojo, he visto el brillo en tus ojos. También he oído los gritos e insultos que tu madre te profiere. Sabes y sientes que ya no eres una niña. Tus manos, tus ojos, el bello, tus senos, tus deseos, todo en ti ha cambiado, ha madurado. No eres culpable de los inasibles sucesos de la erudita naturaleza. Debes saber y marcar a fuego que eres dueña y responsable de tu vida. Es tu vida. No debes permitir que religión alguna, autoridad eclesiástica, ser divino, incluso tu propia madre tomen el mando de los hilos que caen de tus hombros.
- ¿Ha oído los gritos?
La cara de la joven reflejaba la vergüenza y el dolor a flor de piel, su mente recopilaba uno a uno cada insulto arrojado por su madre. Puta, hija del diablo, hereje, mal parida, inmunda, desagradecida. Aurora noto el impacto del golpe en los ojos de Sofía, golpe proferido por una sociedad opaca, hipócrita, encallada, enferma. Tratò de calmarla, logro conseguirlo sin mayor esfuerzo, la pericia y los años aplacaron la tristeza de la joven y ayudaron a reanimar su corazón. Unas últimas palabras lograron robar de aquellos pequeños labios una sonrisa.
- Niña, ni puta, ni santa, sé mujer que es lo que realmente eres. Disfruta cada momento de existencia, no acalles los impulsos, ni esquives al amor. Vive y deja vivir. Escucha a esta vieja achacada que si algo ha aprendido en su larga vida ha sido vivir. No hagas caso a aquellos pobres que no tienen tiempo siquiera para pensarse y saberse perecederos.
Sofía sintió como el corazón intentaba alocadamente huir de su cuerpo, presurosa se encamino hacia la gastada puerta de roble. Escasos metros la separaban de su hogar, sin intención de encontrarse con el agrio rostro de su madre, decidió ir en busca de algún parque o plaza que ayude a prolongar el éxtasis que gozaba su cuerpo. El sol fulguraba en su rostro, se sentía flotar, ensimismada masticaba un pensamiento nebuloso, pero no menos revelador, que anunciaba entre otras cosas trascendentales que a partir de ese momento ya no sería la misma persona.
