Feroces vientos arremolinados
arrebatan de mis manos
la reseca hoja del álamo
azorado, corro, me tropiezo
me esfuerzo en vano;
ella obcecada, ingrata, rehuye a mi tacto
escapa, se esfuma, desvanece
cual santo inocente
en la capa del burgués
no solo da en fuga la hoja;
ante mí, un impúdico desierto
me ofrenda la nada.
Apesadumbrado, acaso con temor
sin otra posibilidad latente
libro-me a la incomoda tarea de andar
¡mala fortuna!, la veleta ha huido a carcajadas
una vez más la brújula
me ha sido negada.
Audaces designios guiaran la marcha
mis pies por convicción o tozudez
no se atreverán jamás a borrar la huella labrada
tal vez allí, se encuentre el abismo;
no obstante mis ojos solo logran divisar
el inefable horizonte
queda intentarlo, vencedor o vencido,
la dicha, en esta oportunidad, no me ha concedido
por antojo o piedad el don de los muertos.